EDITORIAL
El desgaste de las cumbres presidenciales
El desgaste de las cumbres presidenciales
El solo hecho de que tan notable sucesión de “cumbres” se haya producido en tan corto tiempo y la casi total indiferencia con que fueron seguidos por la prensa internacional, son un reflejo de los desgastados que están ese tipo de encuentros.
Una seguidilla de “Cumbres” ha tenido muy ocupados a los equipos de relaciones exteriores y a algunos presidentes latinoamericanos durante los últimos días. En efecto, ni bien se clausuraba la VIII Cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) realizada en Guayaquil y Quito, Ecuador, en Veracruz, México, se inauguraba la XXIV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Pocos días después, en La Habana, Cuba, se realizó la XIII Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (Alba–TCP), mientras en Lima tenía lugar la XX Conferencia de las Partes, más conocida como la Cumbre del Clima.
Un balance de cualquiera de esos cuatro encuentros da resultados muy similares. Muchas declaraciones líricas, ampulosos discursos y pobrísimos resultados. Nada que justifique las enormes sumas de dinero que se gastan para movilizar a miles de personas entre gobernantes, equipos de seguridad, séquitos de funcionarios de segundo nivel y un sinfín de personas que participan directa o indirectamente de esos encuentros.
El solo hecho de que tan notable sucesión de “cumbres” se haya producido en tan corto tiempo y la casi total indiferencia con que fueron seguidos por la prensa internacional, son un reflejo de los desgastados que están ese tipo de encuentros.
En el caso de Unasur, el único fruto del encuentro de mandatarios de los 12 países miembros fue el anuncio de un acuerdo para aprobar el “concepto de ciudadanía sudamericana”, lo que sentará las bases para la eliminación en un futuro de las barreras para la libre circulación de sudamericanos. Se espera que en un plazo todavía no fijado, dejen de tener efecto los límites fronterizos para circular, estudiar y trabajar en la región, además de homologar títulos profesionales. Se trata sin duda de un paso muy importante hacia la integración, pero es evidente que para anunciar tal propósito no hacía ninguna falta que se reúnan los presidentes. Más aún si fue sólo para anunciar un propósito que todavía está lejos de plasmarse en hechos reales.
Peor aún es el caso de la XXIV Cumbre Iberoamericana que se realizó en México ante la mirada indiferente de habitantes de los 22 países miembros. Se destacó la ausencia de los presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia, Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que con razón fue interpretado como un síntoma más del proceso de agonía en que está esa instancia internacional.
Cinco de los siete países ausentes de la Cumbre Iberoamericana, en cambio, no dudaron en hacerse presentes en La Habana para participar en la Cumbre de la Alba. Cuba, Venezuela, Antigua y Barbuda, Bolivia, Dominica, Ecuador, Nicaragua, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, junto con las recién incorporadas Granada y la Federación de San Cristóbal y Nieves, se reunieron para ratificar su decisión de “continuar con los proyectos de desarrollo social para atender las necesidades de los pueblos”.
Si a todo lo anterior se suma la falta de resultados con que concluyó la Cumbre del Clima de Lima, ya no hay modo de justificar el abuso que se hace de ese tipo de encuentros.
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