Jueves, 25 de diciembre de 2014
 

EDITORIAL

La trascendencia del espíritu navideño

La trascendencia del espíritu navideño



Paradójicamente, los contrastes que se hacen más visibles en estas fiestas contribuyen a revalorar el verdadero sentido de la celebración

Hoy se celebra la Navidad, la fiesta más importante no sólo del calendario litúrgico cristiano sino del planeta entero. En efecto, Navidad se celebra de una u otra manera no sólo en el mundo cristiano sino en gran parte del que no lo es. Y aunque sea sólo a través de sus repercusiones económicas y comerciales, se puede afirmar que ya no hay rincón del planeta que de un modo u otro no se involucre en los festejos navideños.
No es casual que así sea, pues Navidad es una de las pocas fiestas que a través de los siglos y los milenios ha ido trascendiendo el paso del tiempo y los límites geográficos, pasando de generación en generación y adaptándose a cada época y a cada lugar hasta consolidarse como la fiesta que hoy conocemos. Una fiesta que a pesar de lo mucho que ha ido cambiando, enriqueciéndose –o empobreciéndose, dependiendo del punto de vista del que se lo vea– tiene la cualidad de haber conservado los elementos esenciales que le dieron origen.
El vigor con que esta fiesta ha llegado hasta nosotros se debe en gran medida a que sus orígenes y sus elementos principales se remontan a tiempos anteriores al cristianismo, cuando los pueblos nórdicos se reunían para compartir y reunir fuerzas preparándose para afrontar los gélidos meses invernales que en el hemisferio norte empiezan a hacerse sentir por estas fechas. Las reuniones comunitarias alrededor de las últimas cosechas del año eran la ocasión más propicia para reforzar y alimentar los vínculos con los seres queridos, familiares, amigos, vecinos, lo que recuerda la necesidad de la reconciliación y la solidaridad con quienes han sido menos favorecidos, con quienes menos tienen y más necesitan.
Son tan importantes y necesarios esos valores y tan imprescindible su constante recordación y renovación, que la tradición de consagrar a ellos un día del año ha llegado hasta nosotros bajo la forma de la Navidad. Es que en nuestra tradición cristiana el nacimiento de Jesús es la máxima expresión de los anhelos de paz y armonía que incansablemente busca la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Durante los últimos veinte siglos, dejando atrás su origen pagano, la Navidad fue una fiesta esencialmente cristiana alrededor de la que se recordaba el nacimiento de Jesús y su mensaje. Ahora, probablemente siguiendo el camino inverso, Navidad es una fiesta que tiende a desplazar a un segundo plano su sentido religioso para reducirse al consumismo desenfrenado. Los regalos se han convertido en la manera privilegiada de expresar los afectos y esto da lugar a que se desvirtúe lo esencial del espíritu navideño.
En contraste, en otras latitudes del mundo la conmemoración de la Navidad llega este año en medio de grandes privaciones y sufrimientos para los cristianos. Es que después de un largo paréntesis de convivencia relativamente pacífica, los enconos entre diversos credos religiosos han vuelto a ser una de las peores fuentes de intolerancia y violencia y es la zona donde tuvo su origen el cristianismo donde con mayor rigor se persigue a los cristianos.
Paradójicamente, el que así sea contribuye a llamar la atención sobre el sinsentido de los excesos materiales y a revalorar el verdadero sentido de la celebración.