Domingo, 28 de diciembre de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Patrimonio y descolonización

Patrimonio y descolonización

Carlos D. Mesa Gisbert

La preservación integral del patrimonio histórico y artístico de Bolivia es la mayor prueba de un pasado común que no da lugar al absurdo de un patrimonio que debe destruirse y otro que debe preservarse porque uno es “colonial” y el otro no.
¿Cómo se identifica cada uno de los pueblos que además de lengua, creencia y origen étnico, tiene un conjunto de bienes a los que siente próximo, de los que se siente parte y con los que se identifica? A partir de la valoración de su patrimonio. Cuando hablamos del yo ayoreo, yo chiquitano, yo aymara, yo mestizo, o yo blanco, los referentes de ese yo o de ese nosotros son los aspectos centrales de la cultura a la que ese yo o ese nosotros pertenece. La música, la fiesta, la religión, la historia, el pueblo físico, el pequeño núcleo urbano, la iglesia, la plaza, el espacio para compartir con el conjunto de los coterráneos, que hacen que ese yo sea parte de una comunidad.
La reconstitución del patrimonio, desde la perspectiva clásica, la puesta en valor de los bienes intangibles, muebles e inmuebles de una comunidad, se convierte en algo esencial porque es a partir de la revalorización de esos bienes que uno se siente ligado al pasado que le permite encontrar referentes de su identidad. Nada es absoluto, todo es producto de una superposición, de una agregación interminable de rasgos que cada momento cultural, cada visión de mundo individual y colectiva, suman al espacio vital individual y colectivo. Nada hay que pueda decirse ajeno o exclusivo. Toda esa suma es parte de un proceso de construcción de identidades individuales y colectivas de las que somos hijos. Los referentes que acabamos dejando para nuestros descendientes son –aunque no lo advirtamos explícitamente– el resultado de la esponja que absorbe modos, formas, estilos, comportamientos cada vez más heterogéneos y de orígenes cada vez menos “puros”.
La acción colectiva de la puesta en valor del patrimonio local, regional y nacional, nos ayuda a sentirnos parte de comunidades cada vez mayores hasta formar parte de una totalidad a la que no somos ajenos, independientemente de donde estemos. Éste uno de los desafíos más importantes: la reconstrucción de escenarios distintos con visiones culturales y con modos diferentes de expresarse en las variadas regiones del país. Esa suma debiera formar una totalidad tal que evite que un boliviano se sienta ajeno en un lugar con relación a otro dentro del territorio boliviano.
Uno de los aspectos fundamentales para lograrlo es entender que la puesta en valor del patrimonio boliviano está relacionada con la puesta en valor del patrimonio americano y sobre la evidencia de que ese patrimonio americano de origen prehispánico, de origen colonial y republicano, tiene un nexo con el mundo occidental a través de la presencia europea y a través de este presente del que formamos parte. No solamente por la ubicación geográfica de nuestro continente, sino por los aspectos que han sido parte de nuestra formación desde que los cronistas españoles hicieron las primeras referencias descriptivas de lo que veían en el nuevo continente al que habían llegado.
El seguimiento y la lectura de las crónicas es un punto de partida de algo muy importante. Esos europeos que llegaron a América y que llegaron específicamente a lo que luego fue la Audiencia de Charcas, quedaron maravillados por lo que veían y escribieron admirados, a veces con detalles muy precisos, lo que estaban viendo; desde los monumentos incaicos hasta las fortalezas que se encontraban en los contrafuertes de la cordillera. Hicieron una descripción exhaustiva de las ciudades, monumentos, objetos diversos y usos y costumbres de los pueblos que estaban siendo conquistados. Esta es una primera referencia escrita y testimonial de una conciencia del valor artístico, cultural, político y social de un objeto que, además de ser un objeto, representa una forma de cultura, una forma de expresión humana. A partir de las crónicas es que tenemos las referencias escritas iniciales que toman conciencia del valor de un patrimonio preexistente.
La tradición oral, indígena primero y mestiza después, permitió la permanencia y el mantenimiento de costumbres, fiestas, bailes, visiones de mundo, expresiones artísticas y espirituales que fueron transmitiéndose a lo largo del tiempo. Ya en la época virreinal hay una referencia, a pesar de los aspectos traumáticos de confrontación sobre todo desde el punto de vista religioso, de la importancia de la preservación de determinados elementos de las culturas que sobrevivieron, en la medida en que fue posible la convivencia entre un mundo y otro que terminaron fusionándose, especialmente en el siglo XVIII. La construcción de las culturas nacionales es por la tanto el producto de una fusión, primero irrepetible y segundo transformadora de un mundo preexistente en otro nuevo, a partir de un choque doloroso y sangriento que no podrá volver atrás nunca más.