La plaza, un espejo
La plaza, un espejo
Mario Mamani Morales
Todas las ciudades tienen una plaza, espacio destinado para todos. Hasta ahora, el ingreso no restringido a pobres ni ricos no diferencia edades ni religión ni procedencia; es el lugar donde ocurren muchas cosas, desde revoluciones para la historia de los pueblos, las marchas de protesta, lugar de encuentro de enamorados… en fin, es imagen de la realidad del pueblo.
Allí se inspiran los artistas dedicados a la aerosolgrafía que acaban rematando sus obras entre el público. No se sabe si les da para vivir; pero tienen su mundo, su música y la firma en cada cuadro que es para admirar.
También están los predicadores, personas que anuncian que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Nos echan en cara lo pecadores que somos, que nos iremos al infierno con nuestro dinero y todo. “Hay que estudiar la Palabra” proclaman; a veces hay gente que les rodea, en otras hacen su discurso para sí mismo, al final no se sabe si éstos o aquéllos tienen la verdad.
No faltan los activistas de cualquier cosa, especialistas en todo. Críticos sin piedad, tienen su propio círculo y discuten temas de actualidad, expertos en política, economía, historia, sociología y todas las ciencias; siempre tienen la razón y arrastran a sus seguidores. Solucionan los problemas del mundo.
El comercio abunda: helados, algodones, gelatinas, zumos de frutas y lo que más se vende son los cereales que luego sirven para alimentar a las palomas, bandadas que han hecho su forma de vida en ese espacio que se llama plaza. Eso sí, no cualquiera puede ofertar una mercancía, pues cada centímetro cuadrado tiene su propietario, quien osa invadir espacio es fieramente combatido hasta ser echado, para ello están los municipales que preservan el derecho de los privilegiados que tienen su “puesto”.
¿Personas? De toda edad. Niños que corren traviesos, otros que dan sus primeros pasos bajo la mirada atenta de sus padres, fotos, halagos, dulces… Los enamorados a quienes no les interesa el mundo ni la sociedad, sólo tienen ojos para ellos, caricias, promesas de un amor eterno, embeleso que palpita corazones. También están las familias: desde los abuelos, los padres y los hijos, generaciones que caminan juntas, aunque ya son raras, despiertan admiración de los que están en las bancas, cada quien sumido en su pensamiento y su realidad.
En estas épocas abundan los niños de los barrios periféricos o el área rural. Sus caritas sucias y sudadas porque están corriendo de aquí para allá. No les atrae mucho el chocolate y buñuelos que ofrecen algunas instituciones o personas de “buen corazón”, lo que les interesa son los juguetes: muñecas, carritos… No se cambian por nadie si hay algo que realmente les gusta. Van acompañados de mamá quien induce a pedir; si es dinero que reciben, mejor.
De pronto aparece otro niño, esta vez con un carro a pilas y control remoto, última tecnología. Quien lo manipula está a varios metros. Se divierte al ver pasar raudamente su poderoso coche. El objeto puede ir adelante, atrás, dar media vuelta, virar para aquí y para allá. Otros chicos corren detrás del auto que nunca tendrán. Definitivamente la plaza es para todos; pero no nos hace iguales.
En otra banca está una madre con su bebé en brazos. Casi una niña convertida en mamá. Su mirada va para todos lados, a ratos se concentra en el ser que es fruto de su amor, lo acaricia, besa,… espera al padre que prometió venir para compartir la alegría, pasan los minutos, las horas, la desilusión hace presa de su alma y el corazón: él nunca llegó.
¿Alguna vez ha sido acucioso en la plaza? ¿No es la máxima expresión de la vida en comunidad? ¿De cuántas ilusiones, esperanzas, fracasos, éxitos es testigo ese espacio que ve pasar generaciones? ¿Quién no tiene alguna experiencia en la plaza?
Hoy la Plaza está adornada con luces multicolores. De noche una maravilla, parecen llevarnos a otro mundo y realidad. ¿Será el espíritu navideño que nos hace olvidar lo cotidiano?
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