EDITORIAL
Charlie Hebdo, entre el miedo y la esperanza
Charlie Hebdo, entre el miedo y la esperanza
Es esperanzadora la vitalidad con que se ha salido en defensa de la libertad, pero no parece suficiente para despejar el miedo ante tan enorme desafío
Aunque toda Francia, Europa y gran parte de la sociedad humana todavía no terminan de salir del estado de aturdimiento colectivo causado por el ataque contra la redacción del semanario Charlie Hebdo, en París, durante el que fueron asesinadas 12 personas, entre ellas los cuatro dibujantes de ese medio especializado en la crítica satírica, poco a poco, a medida que se despejan los efectos del impacto inicial, va tomando forma la imprescindible reflexión sobre la real dimensión y el trasfondo de los hechos del pasado 7 de enero.
Al generalizado rechazo, por este crimen, al que nos sumamos, se ha presentado una reacción esperanzadora alrededor de la defensa de la vida y de la libertad de expresión –uno de los pilares básicos sobre los que se sostienen todas las demás libertades– que han aglutinado todos los sentimientos y razonamientos para cerrar filas en su defensa, y no de las ideas islamófobas, tan en boga últimamente.
A primera vista, puede suponerse que esa casi unánime reacción colectiva es una muestra del fracaso de quienes quieren hacer retroceder a la sociedad humana unos cuantos siglos para volver a los tiempos en los que los dogmas religiosos y sus consecuentes fanatismos eran los que gobernaban sobre los cuerpos y las almas de la sociedad.
Sin embargo, y a pesar de lo importantes que son esas muestras de vitalidad en defensa de la libertad, hay también motivos para temer que esa reacción diste aún mucho de estar a la altura del desafío que ha sido lanzado. Uno de ellos es que, como se puede constatar con sólo escudriñar un poco más allá de las apariencias, no son pocas las expresiones de defensa de la libertad de expresión cuya falta de sinceridad es apenas disimulada pues provienen de corrientes políticas e ideológicas que han relegado esos valores a un plano muy secundario.
El asunto adquiere especial importancia en circunstancias como las actuales, pues en Francia, como en toda Europa, los desafíos y los cuestionamientos a las libertades básicas ya no son excepcionales. La intolerancia en todas sus formas está ganando terreno a grandes pasos, contexto en el que las expresiones más radicales –como la que hizo de Charlie Hebdo su blanco escogido– adquieren una peligrosidad mucho mayor.
El riesgo principal es la exacerbación de los nacionalismos, de los fanatismos religiosos, de la xenofobia y de todas las formas de intolerancia. Paradójicamente, es tan grande el riesgo de que eso ocurra, y tan temibles sus eventuales efectos sobre la vida cotidiana de las personas, que la necesidad de afrontarlo, debatirlo y buscar las mejores maneras de evitarlo está ya avivando una reflexión colectiva proporcional al desafío. Y no sólo en las sociedades más directamente amenazadas por el terrorismo, sino también en el mundo islámico donde los cuestionamientos de las corrientes moderadas y proclives al laicismo asumen la cuota de responsabilidad que les corresponde. Si cabe alguna esperanza en ese escenario, es que de ese miedo a la barbarie salgan fórmulas inspiradas en la defensa de los valores conquistados por siglos de civilización.
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