COLUMNA VERTEBRAL
Yo soy 'Charlie Hebdo'
Yo soy 'Charlie Hebdo'
Carlos D. Mesa Gisbert.- La barbarie perpetrada en París contra la revista satírica 'Charlie Hebdo' con un saldo de doce muertos, entre ellos verdaderas leyendas del periodismo de Francia, nos confronta con la dramática realidad de un mundo acosado por la locura fundamentalista. Pero sobre todo, vuelve a desafiarnos sobre los derechos esenciales de los seres humanos y la vigencia del universalismo de esos derechos.
En las últimas décadas surgió, desde la lógica del culturalismo y la afirmación de la supuesta naturaleza intrínsecamente distinta de las diversas visiones de mundo que expresan los múltiples pueblos que constituyen la humanidad, una dura crítica a lo que se entendió como la imposición que hizo Occidente de sus propios valores, con la pretensión de que todo el mundo se adscribiera a ellos como continuidad del eurocentrismo conquistador y expansionista de los últimos siglos.
Cuando en 1948 se dio uno de los saltos más extraordinarios de la historia, la consagración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se supuso que esos principios reflejaban de modo inequívoco el cuerpo esencial de los derechos básicos a los que todos aspirábamos. Se creyó, erróneamente, que ese texto desterraba un pasado oscuro propio de una humanidad anclada en atavismos primitivos.
No fue así, no es así, probablemente no será así nunca. Los monstruos del radicalismo irracional del dogmatismo religioso, los demonios iguales o peores del dogmatismo supuestamente ultra racional del dios-estado, trascendieron el mundo antiguo, el medieval y el moderno. Esta locura atroz nos acompaña en lo más íntimo de nuestros espíritus, es parte de ellos, es un ingrediente básico de nuestra paradoja como entidad individual y colectiva. Nada tiene que ver con los particularísimos ni con las características de una determinada 'visión de mundo' en función de una cultura especifica. Baste recordar que las cimitarras del islam radical en nada se diferencian de la Inquisición y la caza de brujas del cristianismo, o de los corazones arrancados por los aztecas, o de los hornos crematorios del nazismo. Poco hay de distinto entre los gulags de Stalin o las purgas de Mao, con las masacres étnicas en Ruanda.
Igual que en el caso de las Torres de Nueva York, en París unos pocos jóvenes al grito de 'Alá es Grande' asesinaron a mansalva para vengar la afrenta contra el profeta y contra dios. Intentaron asesinar también la libertad de esos periodistas, la libertad de expresar ideas, la de pensar, la de ejercer el derecho a desarrollar libremente una conciencia individual, el derecho, en suma, a la Libertad con Mayúsculas.
Nada hay, absolutamente nada que pueda relativizar el reconocimiento de que todos nacemos iguales, de que el primero y más sagrado de nuestros derechos es el de la vida y que parte inescindible de este, es el de pensar y expresar libremente nuestras ideas.
Es tiempo de dejar bien claro que ningún particularísimo cultural y menos aún una fe religiosa puede, a título del carácter sagrado de sus creencias, a título de la terrible y destructiva convicción de que se posee la verdad absoluta, porque supuestamente solo hay una verdad absoluta, justificar la aniquilación de todos aquellos –un todos sin matices– que no creen en esa verdad y, peor aún, que la cuestionan.
Alimentar la idea de que los particularísimos llegan a un punto tal que es posible debatir si matar al otro en determinado contexto se puede y se debe justificar, es el gran riesgo de esta lógica. En ese camino de las justificaciones podríamos forzar el argumento y afirmar que vivimos una guerra permanente y que esa guerra no puede circunscribirse solamente al campo de batalla, concluir que todo el planeta es un campo de batalla y que, por tanto, es un imperativo religioso legítimo irrumpir en el edificio de un periódico en París y disparar a todos para matar a los infieles. No importa ya quienes, no importa otra cosa que no sea aterrorizar a aquellos que intenten, como los asesinados tan brutalmente, volver a satirizar sobre el profeta y sobre dios.
Desde la libertad, desde la democracia, desde los valores del respeto y la tolerancia a las ideas de los otros, se enfrenta un colosal y complejo desafío. Demostrar que esta batalla se puede ganar sin alterar los principios que defendemos. No es solo una batalla contra la intolerancia del fundamentalismo islamista, sino también desde la trinchera del integrísimo nacionalista xenófobo que pretende construir un muro que 'proteja a Occidente' y expulse a los 'Barbaros'. Nos toca a todos. Desde donde estemos es parte de nuestro compromiso democrático tomar posición, terminar con el relativismo que hace diferencias entre muertos de derecha y muertos de izquierda, muertos opresores y muertos oprimidos, entre muertes justificadas y muertes injustificadas.
La reivindicación de la libertad y de la democracia debe hacerse en Kabul, en Teherán, en Washington, en Madrid, en La Paz, en Estocolmo, en El Cairo, en Beijing o en Nairobi. Ninguna verdad, ni la religiosa ni la política, justifica el asesinato y el intento de asesinato de la libertad de pensar.
La única respuesta posible a esta locura es la ley, una ley que proteja esos derechos esenciales, que se aplique sin el afán de venganza, pero sin complejos ni miedos, que esté por encima de cualquier supuesta verdad absoluta, que no hace otra cosa que oprimir y destruir derechos esenciales y con ellos millones de vidas de mujeres y hombres en nuestro atribulado planeta.
Yo soy 'Charlie Hebdo'.
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