Domingo, 11 de enero de 2015
 
Pasó haciendo el bien

Pasó haciendo el bien

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Cerramos en este Domingo, el tiempo de Navidad, con la fiesta del Bautismo de Jesús. Jesús recibió el bautismo de Juan el Bautista, el cual no era el sacramento del bautismo que recibimos los cristianos de las diferentes denominaciones. Conviene recordar que San Juan Pablo publicó en 1992 el Catecismo de la Iglesia, y en él tenemos una hermosa explicación de este sacramento, el primero de los siete sacramentos. Considero necesario tener en nuestras familias no solamente la Biblia, sino también este Catecismo de la Iglesia.
Litúrgicamente se celebra hoy el bautismo de Jesús para presentar la continuidad y unidad de las tres grandes manifestaciones de Dios en el misterio de Cristo, Hijo único del Padre, Salvador y Redentor del mundo: Navidad, Epifanía y Bautismo. En la fiesta de Navidad se nos leía un trozo de la carta de Pablo a su discípulo Tito: “Apareció la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a llevar desde ahora una vida religiosa”. Pablo llama a los cristianos a renunciar a los ídolos, para adorar al Dios único y verdadero, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que con el Espíritu Santo constituyen la realidad de la Santísima Trinidad. Los cristianos hemos recibido el sacramento del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Somos hechura de Dios uno y trino.
El evangelio de Marcos nos narra la hermosa y admirable escena del bautismo de Jesús, realizada por manos de Juan el Bautista. Entre los muchos arrepentidos que acudían a Juan el Bautista en el río Jordán para recibir el rito de penitencia, ante la inminencia de la presencia de Jesús, fue un día Jesús, aguardando pacientemente en fila, hasta que le tocara el turno. Jesús, al igual que todos los pecadores, agachó la cabeza y en ese momento se produjo el hecho portentoso como admirable del Padre hacia el Hijo que ocultaba bajo la naturaleza humana su divinidad. Se oyó la voz del Padre y apareció el Espíritu Santo en forma de paloma que se posó sobre Jesús; con ello, de alguna manera, se expresaba la presencia del Espíritu Santo sobre la persona de Jesús.
Juan el Bautista anunció a Jesús como Aquel que bautizaría con el Espíritu Santo. Claramente Juan dice que él bautiza con agua solamente. Los profetas anunciaron que sobre el Mesías habría de descender el Santo Espíritu. Jesús es el predilecto del Padre porque es su Hijo eterno, como decimos en el credo niceno, “engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. Jesús se encarnó en las entrañas de la Virgen María, asumiendo así la naturaleza humana. Podríamos decir que en Jesús se agota todo el infinito amor de Dios. A partir de Jesús, todos somos amados por Dios Padre en cuanto nos hallamos incorporados al Hijo amado. Ese Hijo es la Iglesia entera, el Cristo total, el Cuerpo Místico, que procura responder a la predilección divina. En el seno de la divinidad hay una eterna comunicación de vida. Los bautizados participamos de la vida trinitaria del Dios que es Uno, pero no solitario.
La primera lectura de este domingo, Isaías 42,1-4 y 6-7, parece un retrato perfecto de Cristo, escrito varios siglos antes de que Jesús viniera a nuestro mundo. Dios entra delicadamente en el mundo como un susurro, tierno, delicado, haciéndose Niño. Su palabra siempre humilde será una invitación a ser como él: “Aprendan de mí a ser humildes”. Y en el profeta Isaías se nos dice: "No partirá la caña quebrada, ni apagará la mecha que arde débilmente". Jesús "pasó haciendo el bien ", nos dice el apóstol Pedro.
Nosotros, los bautizados, hemos sido hechos discípulos de Jesús. El bautismo de Jesús es el prototipo de nuestro bautismo; como decimos en el prefacio de la misa de este día: "En el Bautismo de Cristo has realizado, Señor, signos prodigiosos para manifestar el misterio del Nuevo Bautismo". El bautismo para nosotros es el inicio de una nueva vida que brota del amor de Dios. Es un camino y es también una misión. Ser cristiano, ser bautizado, significa ser seguidor de Cristo, quien quiere ser nuestro Salvador y Redentor.
En la segunda lectura de hoy, San Pedro nos dice que Dios no hace acepción de persona. Hoy día podríamos decir: Dios no discrimina a nadie, la persona es la que se discrimina a sí misma. Debiéramos cada día ser agradecidos con Dios, por la vida, la llamada a ser sus discípulos. Ser agradecidos por el Santo Espíritu, recibido en el bautismo, en la confirmación y en todos los sacramentos.