Viernes, 16 de enero de 2015
 

BARLAMENTOS

Je suis Charlie

Je suis Charlie

Winston Estremadoiro.- Hoy me encanta “Je suis Charlie”, leyenda de negras remeras, carteles y estribillo de caras adustas de multitudinarias manifestaciones con que la mayoría del mundo rechazó la incursión de extremistas islámicos a la revista satírica Charlie Hebdo en París. Mataron a doce personas: cuatro eran empleados de la revista, otros cuatro los mejores caricaturistas de Francia, dos policías, un invitado que quizá bebió el café más caro de su vida, y un empleado de mantenimiento a quien tal vez se le ocurrió trapear el piso en el momento equivocado y a la hora errada. ¿El delito para que merecieran morir cocidos a balas? Una caricatura de Mahoma.
¿Qué la mayoría del mundo condenó la barbarie? Bueno, anotan que América Latina brilló por su ausencia. Especulo que quizá es porque en nuestra parte del mundo vivimos con la camiseta del temor.
La ‘china’ mexicana que amasa las tortillas del desayuno pensando si más tarde no encontrarán la cabeza del marido ausente en la víspera. El indígena maya de Guatemala que quizá estaba mejor en su campo hasta que llegaron los militares. La autoridad en algún municipio colombiano rogando que prospere el proceso de paz y los insurgentes no lo secuestren antes. La ama de casa caraqueña que necesita papel higiénico de estantes casi vacíos y ni cómo hacer cola si las han prohibido. El activista mapuche en el sur chileno que teme su detención. La carioca que vive en una favela y su casucha parece un bazar con tanto botín que trae su gurí de calles inseguras. El minero boliviano con saliva verde de coca, roja de sangre silicosa y miedo de que se derrumbe el agujereado Cerro de Potosí con él adentro.
¿Qué la mayoría del mundo condenó la barbarie? No sé. En los 60 se almorzaba con guarniciones televisivas mostrando pilas de cadáveres y niñas quemadas con napalm. Hoy estamos con dieta diaria de reporteros degollados y niñas cautivas, violadas o casadas a la fuerza. Y nuestra sensibilidad está cada día más callosa. Recemos para que no se repita el odio que tantas guerras y matanzas propició en las religiones en general, y monoteístas en particular.
Hay que contextualizar los crímenes en la historia, dicen. El antiamericanismo se está volviendo prejuicio anti-gringo en general, no importa si estadounidense o europeo. Una ‘abuelita de mayo’, símbolo hasta entonces de los crímenes y atropellos de militares argentinos, se refociló con los aviones estrellados por extremistas islámicos en el 11-S en Nueva York. ¿Qué tal si uno de los bebés secuestrados hacía décadas, hubiese empezado una semana antes de oficinista en una firma del World Trade Center?
Producto siniestro de exportación y contagio general en la especie humana, en partes de América Latina el encono político hizo que callen los gobiernos, por defender falsas revoluciones y economías en bancarrota. El odio ‘anti-lo que sea’ se trasladó a Bolivia en el inicio del ‘proceso de cambio’; muestra de ello fue la dicotomía “k’ara”-“t’ara”, que amenazó a la humilde corbata de los mestizos paceños oficinistas. Ignorantes prejuiciosas, sino racistas acusan a los asesinados de Charlie Hebdo de derechistas, siendo que eran precisamente lo opuesto.
Lo que más atemoriza es que se pierda el sentido del humor, que se extravíe la sátira con la que se consuela la amargura, que se atragante la sardonia criticona de los contrasentidos. ¿Tendrán caricaturistas que filtrar sus monigotes en el tamiz de la prudencia temerosa? ¿La religión y la política serán campos minados para irónicos humoristas, porque pudieran aparecer matones enmascarados armados con rifles?
De todas maneras, usaré una banda negra de luto en el corazón por los caricaturistas satíricos de Charlie Hebdo, los judíos de Francia y los seres humanos del resto del mundo asesinados por el fanatismo religioso, sea el que fuere.