Martes, 20 de enero de 2015
 

EDITORIAL

Otra muerte que sacude al mundo

Otra muerte que sacude al mundo



Si se observa el contexto, los antecedentes y sobre todo las potenciales repercusiones del caso del fiscal argentino trascienden con mucho los límites de su país por su importancia

Cuando todavía el mundo no termina de salir de su perplejidad por el asesinato del equipo de caricaturistas de un semanario parisiense, un nuevo hecho, la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, ha confirmado que este año 2015 nació destinado a ser uno de los más agitados de la historia contemporánea.
A primera vista, podría parecer desproporcionada cualquier comparación entre ambos hechos. Sin embargo, si se observa con atención el contexto, los antecedentes y sobre todo las potenciales repercusiones del caso del fiscal argentino, se podrá ver que, como los asesinatos de París, su importancia trasciende con mucho los límites del país en que se produjo.
Son tantos, tan complejos y entreverados los elementos que concurren en la trama que sin duda pasarán muchos meses, e incluso años, antes de que se despejen las dudas que se han abierto la noche del domingo. Mientras tanto, el caso ya se ha constituido en otro punto de división a partir del que se forman o refuerzan las corrientes de opinión según afinidades, convicciones y prejuicios sólidamente establecidos con anterioridad a los hechos.
Más allá de las especulaciones, lo único cierto por ahora es que la muerte de Nisman se produjo muy pocas horas antes de que compareciera ante el Parlamento argentino para revelar detalles y pruebas relacionadas con su denuncia contra la presidenta Fernández y el canciller Timerman por "fabricar la inocencia" de los funcionarios del gobierno de Irán, autores del ataque terrorista en 1994 contra la mutual judía AMIA.
Se trata, como es evidente, de una acusación cuya gravedad habría puesto al gobierno de Cristina Fernández en una posición insostenible. Más aún si se considera que si bien es el más importante, es uno entre muchos casos judiciales relacionados con actos de corrupción en los que estarían involucrados funcionarios de primer nivel del gobierno argentino, empezando por su Presidenta. Para afrontar todos esos casos, incluidas las acusaciones de Nisman, el Gobierno argentino no encontró mejor fórmula que llevar la manipulación de la justicia a extremos sin precedentes.
Doce años después de la persistente y cada vez desembozada aplicación de esa fórmula, la independencia y confiabilidad de las instituciones básicas del Estado de Derecho han sido reducidas a su mínima expresión. Lo poco que queda en pie –más aún cuando se trata de la justicia– ha pagado un alto precio en términos de sometimiento al poder central. Y las pocas voces disidentes, como lo era la de Nisman, acalladas de las más diversas maneras.
En esas circunstancias, es comprensible que el escepticismo haya sido la reacción predominante entre la opinión pública argentina, más dispuesta que nunca a tomar en serio las más diversas hipótesis, con excepción de la oficial, la que atribuye la muerte de Nisman a supuestos impulsos suicidas.
Para complicar más aún el panorama, el caso involucra directamente a Irán, uno de los principales protagonistas de la política internacional, y también a Israel, dimensión cuya real magnitud es todavía difícil prever, pero sobre la que ya hay una serie de hipótesis que conllevan acusaciones muy fuertes.