CARA O CRUZ
Entre los "sordos del alma" y los "bobos entusiastas"
Entre los "sordos del alma" y los "bobos entusiastas"
Raúl Peñaranda U..- En medio de las ruidosas celebraciones cuando Bolivia clasificó al Mundial de 1994, mi amigo Gustavo Castellanos y yo saltábamos y bailábamos en El Prado de La Paz. No podíamos creer que Bolivia iría a un Mundial. En medio de la algarabía nos encontramos con un excompañero de la Universidad que, cosa rara, tenía la cara larga.
– ¿Qué te pasa?, le preguntó Gustavo. ¿No te alegras?
– No, para nada, lo único que quiero es llegar a la casa de una tía y toda esta gente me lo impide.
– Eres un sordo del alma, vos, le dijo Gustavo.
– Y ustedes son unos bobos entusiastas. ¿Realmente qué valor tiene clasificar a un Mundial?
Se fue y nosotros, después de la perplejidad inicial, seguimos celebrando.
Así que el mundo se divide entre “sordos del alma”, una frase acuñada por el Papirri, y los “bobos entusiastas”. Entre los que nunca se contentan con nada, que lo critican todo, y los propensos a alegrarse siempre.
Estuve pensando mucho en ello en estos días de regocijo por el rally Dakar por territorio boliviano. No llego a ser tan “sordo del alma” como para no alegrarme por el triunfo de Walter Nosiglia, pero tampoco quiero engrosar las ya numerosas filas de los “bobos entusiastas”; es que, además de todo, no puedo evitar mirar con desconfianza la campaña propagandística armada al respecto por el Gobierno. Con ATB, su canal bandera, como punta de lanza.
¿Por qué Perú prohibió al Dakar en su territorio y Chile está pensando hacerlo y, en cambio, los bolivianos nos enloquecemos con su paso? ¿Por qué Brasil es renuente a aceptar esta competencia y en cambio el Gobierno de Evo Morales presionó a sus representantes para que los corredores no eludieran ingresar al Salar, como algunos de ellos demandaban?
Tal vez la clave está en la baja autoestima boliviana. Evo Morales, si tiene un valor, es haber acrecentado el sentido de dignidad y orgullo de los bolivianos. En un país sin héroes, en un país sin triunfos, en un país golpeado, todo ilusiona: el satélite, que no sabemos si sirve o no; un ídolo de piedra llegado de Suiza; la idea de una planta nuclear; un tercer puesto en el Dakar; la cumbre (con pocos presidentes) del G-77; la “ciudad maravillosa” que, como bien dicen Alfonso Gumucio y Agustín Echalar, es un nombramiento excesivo. Etcétera.
En las actuales circunstancias, cualquier reconocimiento externo es recibido por una ciudadanía sedienta de éxitos. Y el Gobierno lo procesa todo en su inacabable y eficiente campaña de propaganda y culto a la personalidad de Evo. No cualquiera lo puede hacer (ni siquiera sus vecinos Bachelet y Humala) y menos podían los presidentes anteriores a él. ¿Quién tendría la capacidad para aprovechar un rally elitista y creado por las grandes corporaciones, por un lado y, por otro, hacer que una deidad andina salga en “procesión” por toda Bolivia? Nadie logró, como Evo, ubicarse en el centro de la política nacional, alentando actividades tan contradictorias entre sí como las mencionadas. ¿O se imaginan a Goni llevando a un Ekeko por todo el país? Hubiera sido un chiste.
Lo malo de los “sordos del alma” es que no pueden gozar con los triunfos nacionales. Lo malo de los “bobos entusiastas” es que pierden toda capacidad crítica. 72 horas exactas después de la proeza de Nosiglia la selección boliviana sub-20 perdía 5-0 ante la de Ecuador en el torneo sudamericano. Y mientras muchos se alegran por el Dakar pocos analizan las profundas razones de nuestra debilidad en casi todos los demás deportes. Los fracasos deportivos empiezan en la cuna: niños desnutridos no destacarán en los deportes cuando sean adultos. Empiezan, en realidad, antes: madres desnutridas darán a luz a niños más frágiles de lo usual. Para no hablar de que la vida saludable no es alentada en los colegios, que en Bolivia se vanagloria, en todas las clases sociales, el consumo de alcohol, y que la disciplina, clave para practicar cualquier deporte, no es un valor especialmente resaltado en el país. Lo que nos lleva a otro debate. ¿Cuán importante es un éxito deportivo? ¿Y los éxitos científicos? ¿Y nuestras universidades, que marchan a la cola del continente? ¿Y nuestros resultados escolares, que están entre los más bajos del mundo? Mientras más hablamos del Dakar, menos hablamos de eso.
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