Martes, 27 de enero de 2015
 

EDITORIAL

Hacia la igualdad en la mediocridad

Hacia la igualdad en la mediocridad



El objetivo de igualar las oportunidades educativas está siendo logrado, pero de la peor manera posible. Se iguala hacia abajo, cerrando las vías a la superación

Exactamente igual que todos los años, cuando llega la época de las inscripciones escolares, ha vuelto a presentarse una serie de dificultades que, por lo reiteradamente que se producen año tras año, se constituyen en el más fiel reflejo del estado de estancamiento en que está la transformación del sistema educativo nacional.
Las aún persistentes colas de padres y madres de familia en determinados colegios fiscales que, según su criterio, son los que mejor educación brindan, o los que cuentan con mejor infraestructura, es entre otras una elocuente muestra de lo dicho, pese a los intentos de superar esta situación mediante sorteos y otros procedimientos que no terminan de consolidarse.
Si eso ocurre en los colegios fiscales, el panorama en los particulares no es mejor, aunque por razones muy diferentes y también recurrentes. Es que como si la misión principal del Ministerio de Educación consistiera en poner cortapisas al buen desempeño de los colegios particulares, no hay año que pase sin que se pretenda imponer alguna nueva disposición sobre el sistema educativo privado bajo el rótulo de “regulación”. Son normas que por adversas que son al sector, son interpretadas, y no sin razón, como pasos de un proceso que al parecer se encamina a asfixiarlo lenta pero inexorablemente.
La Asociación Nacional de Colegios Privados (Andecop) ha vuelto a expresar su preocupación al respecto. Es que disposiciones como la que obliga a los colegios particulares a pagar doble aguinaldo a su personal docente y administrativo, mientras pone límites al número de alumnos y fija topes máximos a las pensiones, están poniendo en muy serias dificultades a gran parte de los planteles que ya sólo pueden aspirar a sobrevivir renunciando a la posibilidad de hacer nuevas inversiones en infraestructura y equipamiento, que es lo que sería de desear por el bien del sistema educativo nacional.
A todas esas dificultades, correspondientes más al ámbito administrativo que pedagógico, se siguen sumando disposiciones que tienen todo el aspecto de una improvisación más que de un bien planificado plan de reforma educativa. Cada año se emiten nuevas disposiciones y anuncian propuestas que no guardan relación con las conclusiones y recomendaciones surgidas de las centenas de mesas de diálogo, talleres, seminarios y congresos que durante los últimos años se han realizado para “consensuar” las reformas sino, simple y llanamente, de ocurrencias inspiradas seguramente en buenos deseos, pero nada más.
Esos, entre otros, son algunos de los factores que con razón han comenzado a causar alarma entre padres y educadores. Lamentablemente, el tema ocupa un lugar prioritario en la agenda colectiva sólo en épocas como la actual, en vísperas del inicio de una nuevas gestión escolar, y el resto del año pasa a un lugar tan secundario que no se presta a la elaboración de un plan de acción común alrededor de la urgente necesidad de mejorar el sistema educativo nacional. El penoso resultado es que el objetivo de igualar las oportunidades educativas está siendo logrado, pero de la peor manera posible que es igualar hacia abajo, cerrando todo camino hacia la superación.