EDITORIAL
Grecia, en la cresta de la ola de cambios
Grecia, en la cresta de la ola de cambios
A pesar de los extremos a los que llegaron las tensiones políticas y la ira popular por la debacle en que está sumida, Grecia, ha optado por una fórmula pacífica y ceñida a las normas
Sumándose a la ya larga lista de acontecimientos que han ido sucediéndose durante el primer mes de 2015 que por su trascendencia han merecido el rótulo de “históricos”, el triunfo de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza por sus siglas en griego) ha cerrado un capítulo y abierto otro en la historia europea contemporánea. En efecto, si bien es el sistema político tradicional griego el que ha sido demolido en las urnas el pasado domingo, los efectos se han sentido a lo largo y ancho de Europa y todo parece indicar que marca el inicio de un efecto en cadena cuyo próximo eslabón sería España.
No es poco lo que ha ocurrido en Grecia, pues es la primera vez desde que se iniciara el proceso de reconstrucción del sistema democrático europeo que los partidos tradicionales, cuya máxima expresión es la socialdemocracia, quedan fuera del centro del escenario político. Tampoco hay ningún antecedente que se asemeje al extraordinario éxito alcanzado por una coalición de izquierda cuya amplitud va desde los más moderados socialistas democráticos hasta los últimos herederos del eurocomunismo, pasando por maoístas, trotskistas, ecologistas radicales.
Como no podía ser de otra manera, las reacciones y opiniones sobre lo ocurrido en Grecia abarcan un muy amplio abanico. En un extremo se ubican quienes ven en el triunfo de Syriza una señal más de una especie de apocalipsis que estaría acercándose desde diferentes frentes. En el otro, quienes ven más bien una señal de esperanza y que, sea cual fuere el derrotero por el que el nuevo gobierno dirija sus pasos, el resultado será siempre mejor que cualquiera de las alternativas realmente existentes.
De cualquier modo, hay un dato que no puede pasar desapercibido y que es el que más allá de cualquier otra consideración debe ser valorado en su justa dimensión. Es que a pesar de los extremos a los que llegaron las tensiones políticas y la ira popular por la debacle en que está sumida, Grecia, el pueblo griego, a través de sus instituciones, sus reglas de juego democrático y de su capacidad de renovación, ha optado por una fórmula pacífica y plenamente ceñida a los mandatos constitucionales.
Un segundo dato digno de tomar en cuenta es que Syriza, precisamente por lo amplia que es la gama de corrientes ideológicas que abarca, es ya en sí misma un caso exitoso de negociación, concertación, mutuas concesiones y todo lo que implica la construcción de una voluntad colectiva alrededor de un propósito común. Esa cualidad, imprescindible para la buena marcha de cualquier sistema democrático, resulta más valiosa aún en circunstancias tan difíciles como las que atraviesa Grecia.
Hay sin embargo muchas dudas sobre los límites que tarde o temprano Syriza tendrá que poner a su red de alianzas. Es el caso de su acuerdo parlamentario con el partido de derecha populista Griegos Independientes (Anel), que excepto por sus coincidencias en materia económica, se ubica en otros temas en las antípodas de la coalición de izquierda.
No será pues fácil el camino que le espera a Syriza, pero no hay motivos para suponer que alguna otra fórmula hubiera sido mejor.
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