DE-LIRIOS
De linajes y otras taras
De linajes y otras taras
Rocío Estremadoiro Rioja.-. Uno de los legados más nefastos de la colonia en América Latina es el culto a la “procedencia” de las personas, práctica ligada a fenotipos étnicos y raciales que marcaron fuertemente la división social del trabajo en las nacientes repúblicas, que en lugar de aplicar los postulados liberales de la Revolución Francesa (cuyos próceres y libertadores decían seguir), en realidad, perpetuaron un rancio orden social feudal y esclavista.
En consecuencia, a pesar de los intentos transformadores y revolucionarios que se han venido ensayando a partir de inicios del siglo XX en la región, subsiste un racismo y castismo que se resiste a salir de las mentalidades, y un apartheid soterrado que continúa separando y clasificando al semejante.
En tal sentido, uno de los resabios gamonales más enquistados en la conciencia colectiva latinoamericana es el culto al “linaje” o “alcurnia”, que perdura con la sobrevaloración de árboles genealógicos, abundando los que aseguran que por apellidar “Tangamandapio”, “Murumumu” o “Socotroco”, son herederos de “genes” que los hacen mejores que otros, creyéndose legatarios “innatos” de privilegios y a nombre de los cuales se autosegmentan y encierran en redes familiares.
Si bien es evidente que en la Bolivia de los últimos años, algunos de los otrora sectores subalternizados han accedido al poder político y económico, además compartiendo similares patrones de consumo y despilfarro que las élites “tradicionales”, los ecos del apartheid feudal-republicano, aún se perciben en los espacios “privados”. Los grupos sociales “autodiferenciados”, todavía mantienen sus “propias” esferas de socialización, como centros educativos, clubs, boliches “exclusivos” y hasta zonas y barrios de las ciudades. De ahí, tamaño escándalo por la incursión de “alteños” al Mega Center de la Zona Sur de La Paz.
Así, con “proceso de cambio” y todo, la situación en Bolivia no parece haber mutado sustancialmente. No solamente porque se conservan espacios privados de socialización excluyentes y desde donde se gestan lazos endogámicos que solventan la conformación de matrimonios y familias entre la “misma” gente. No sólo porque no faltan los que se pavonean con sus apellidos y/o los que buscan “sangre azul” en sus ascendientes. También porque los enarbolados del “cambio” fácilmente se deslumbran con pretensiones aristocráticas, cuando se desgañitan en “demostrar” que una autoridad gubernamental ostenta “linaje” de “Inca” o al insistir en ritos con tufillo monárquico para potenciar el liderazgo del Presidente.
A ellos, empezando por la viejita preocupada por la “procedencia” del novio de la nieta, pasando por los habitantes de “zonas” específicas que no quieren “mezclarse” con el resto y terminando con los gobernantes que se empalagan en simbolismos imperiales, habría que ponerles la cuestión en otra perspectiva, la perspectiva de lo simple y obvio: 1. Las razas no existen, el descubrimiento del genoma humano lo confirma. 2. La sangre de todos los mortales vertebrados es roja. 3. El apellido, finalmente, es un conjunto de letras. 4. Compartimos el 99% de los genes con (¡oh, horror!) los demás animales, incluyendo moscas, cucarachas o cualquier otro bicho.
Por tanto, da lo mismo si eres verde, azul o morado. También si apellidas “Tangamandapio”, “Murumumu” o “Socotroco”, o si tu padre, tío, abuelo o tatarabuelo fue Perico de los Palotes. Viene siendo igual si desciendes del “Inca”, de la Reina Victoria o del humilde barrendero de la esquina. Lo único que hablará por ti y tu calidad humana son tus acciones.
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