Sábado, 31 de enero de 2015
 

DESDE LA TIERRA

Música criolla

Música criolla

Lupe Cajias.- Es un lugar común en la última década leer o escuchar entrevistas a artistas, músicos, pintores, teatreros, escritores, quejándose de épocas anteriores, cuando –aseguran– no se permitían influencias indígenas o mestizas y “ellos” tuvieron que enfrentar rechazos, discriminación, incomprensión.
Sin embargo, los datos históricos y las biografías de muchos autores nos muestran que la tinta está cargada demás y que la creación en el territorio boliviano se relacionó con lo indígena y lo mestizo desde hace muchos lustros.
Por ejemplo, el cine comenzó con historias sobre comunarios y no sobre citadinos, como marca la tempranera “Wara Wara”, la inolvidable “Vuelve Sebastiana” y la estética de Jorge Sanjinés, sellando al Séptimo Arte boliviano con lo multicultural, que se desarrolló mucho antes del “proceso de cambio”.
Los más bellos retratos de Cecilio Guzmán de Rojas y de Arturo Borda, por hablar de los más famosos en el Occidente del país, tienen como protagonistas al “indio”, sea un combatiente, sea un Cristo, sea un yatiri y revelan una convivencia con esa “otredad” que pocos acuarelistas actuales podrían comparar.
Uno de los campos más nítidos es el de la música y, me atrevo a sugerir, que antes era más fuerte la presencia de lo autóctono. Por ejemplo, existían festivales locales y nacionales que alentaban la creación y la difusión de música andina y criolla. Los esposos Méndez (con la incansable beniana Lolita Sierra) grababan a solistas y agrupaciones cholas. El Festival de la Canción Lauro permitió proyectar a una campesina norpotosina como Luzmila Carpio y las radios mineras trasmitían zapateos de Macha o de Chayanta. Mientras en La Paz, autoridades oficiales y originarias auspiciaban el Festival de Compi, cuya autenticidad sigue sin igualarse.
Nuestros padres, nuestros abuelos, coreaban las letras de bailecitos en aymara y, sobre todo, en quechua, y sabían la coreografía para sacar a morochas en salones o en cantinas. Ellos conocían los tiempos en las cuecas, sean chuquisaqueñas, paceñas, tarijeñas y los más famosos compositores tuvieron su apogeo en los años 50. Sin olvidar a las bandas de taquiraris como la de Mateo para amenizar carnavales cambas con identidad. El Beni dio sus mejores conjuntos, tríos, en los años 60 y ahora es difícil encontrar esas agrupaciones que, sin discursos ideológicos, eran tan originarias.
Mientras, los jóvenes de la generación Evo, prefieren los bronces a los vientos y los caporales a las cuecas. Son cada vez menos los que hablan un idioma originario.