Domingo, 1 de febrero de 2015
 
Todos profetas

Todos profetas

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- No hace mucho tiempo que hemos terminado el tiempo de Navidad. Todavía, mañana, celebraremos una fiesta, con la que antes se terminaba el ciclo de Navidad, la Presentación del Niño Dios en el templo y la Purificación de María, de acuerdo a lo que prescribía la Ley de Moisés. En la religiosidad popular tiene una gran importancia la festividad de nuestra Señora de la Candelaria o Copacabana. A Jesús, a quien contemplamos como Niño de cuarenta días, se nos presenta ya en este domingo como el Maestro y el Profeta que habla en nombre de Dios Padre. En el transcurso de los domingos, Cristo es el gran Profeta a quien hay que escuchar. La Eucaristía es la gran escuela de la Palabra de Dios.
Profeta no es tanto quien predice el futuro, sino más bien el que habla en nombre de Dios. El profeta es una persona igual a las demás, a quien Dios ha escogido para que revele los misterios de Dios y de la humanidad. Dios suscita profetas, lo hizo en el Antiguo Testamento, y ahora en el nuevo pueblo de Dios para conducir a las personas y a la humanidad según su voluntad.
El profeta no es el que expone sus propias ideas sino el que habla en nombre de Dios e invoca su autoridad. El profeta es encargado de denunciar los pecados del pueblo y exhortar al cumplimiento de la ley de Dios. El profeta es custodio de la ley del Señor, es el que busca que se guarde la alianza con Dios. El profeta para ser auténtico debe hablar con Dios. Se habla con Dios cuando se hace oración.
Marcos en el evangelio de hoy relata el primer milagro de Jesús según su evangelio. La gente, nos dice, estaba asombrada de las enseñanzas de Jesús y la fama se divulgaba por todas partes. Cristo, como profeta, completa la revelación, se enfrenta contra el mal en todas sus manifestaciones, como enviado de Dios realiza los signos que acreditan su mensaje. Jesús en sus predicaciones es muy libre. La palabra de Jesús se ve avalada por su vida radical y por los milagros que realiza.
En el Antiguo Testamento encontramos buenos profetas pero también malos profetas. Jesús denuncia a los malos profetas y dice que por sus frutos se podrá distinguir qué clases de profetas hay en el pueblo de Dios. Los falsos profetas son unas personas con criterio soberano, no están adornados de la verdad. Personas que están más a la escucha de los hombres que de Dios; son los que están dispuestos a decir cualquier cosa para justificar las pasiones de su grupo; los que adulan la opinión pública. En la carta a los Hebreos 13,9, encontramos esta exhortación: "No se dejen extraviar por doctrinas llamativas y extrañas". Esto ha sucedido en los primeros tiempos y sigue sucediendo hoy día.
El verdadero profeta es el que busca obedecer a Dios, a su ley, a la verdad. No se para en consideraciones, sino que tiene la misión de revelar en el presente el plan de Dios sobre las personas, no precisamente el futuro, como ciertas personas creen. El profeta es un contestarlo, no teme las amenazas, las calumnias, la muerte. El profeta, el gran profeta, el profeta por excelencia es Jesús. Por ello lo pasó muy mal.
Todos los bautizados participamos por el bautismo y la confirmación de la función profética de Jesucristo. El Concilio Vaticano II nos enseña: "Cristo el gran profeta que proclamó el reino del Padre con el testimonio de su vida y con el poder de la Palabra, concede su misión profética,… no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre, con su poder, sino también por medio de los laicos... para que la virtud del evangelio brille en la vida diaria, familiar y social... En esta tarea el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar... Aquí loa cónyuges tienen su propia vocación; ser continuamente y para sus hijos, testigos de la fe y del amor de Cristo" (L. G. n 35).
Pablo habla del signo profético de la virginidad o celibato. Al respecto, el Vaticano II nos dice: "La castidad por el Reino de Dios que profesan los religiosos se debe estimar como excelente don de la gracia. Pues libera el corazón del hombre de un modo particular para que se encienda más en el amor de Dios y de todos los hombres y, por eso, es una señal especial de los bienes celestiales. La razón que emplea Pablo en esta carta y en otros documentos a favor del celibato o castidad es ‘que esto se hace por el Señor’, o sea, para dedicarse a los ‘asuntos del Señor’".