El gran día
El gran día
Marcela Saavedra Pacheco.- Tenía tres años y medio, cuando aquel día nublado, alterado sólo por una tenue llovizna, se convirtió en el gran día esperado.
Con la nitidez de la alta definición de un recuerdo vivo, veo a mi madre vistiéndome con un delantalcito blanco y la imagen de mi padre, conduciéndome al comienzo de un fascinante viaje sin final.
Un tambor casi de guerra palpitaba en mi pecho impulsado por esa mezcla agridulce de emoción y miedo ante lo desconocido, redoblando, cuando nos detuvimos ante una inmensa puerta de madera de estilo gótico, que daba paso a otra puerta de vitrales con imágenes religiosas; escondiendo un gran patio cuadrangular, bordeado por columnas y corredores pulcros que conducían a otros patios.
Una figura vestida con impecable hábito, gris como el cielo de ese día, se imponía en la entrada, dando una amable bienvenida a todos los que íbamos llegando a ese portal del tiempo.
Un abanico de expresiones se abría mostrando caritas, entre desconcertadas y serias a despreocupadas y ajenas a la situación.
Súbitamente, el mar en aparente calma se agitó con un llamado imperativo, que enviaba a todos por los corredores, con rumbo a distintos salones en el segundo y tercer patio.
Esa frágil calma se terminó de romper cuando los adultos empezaron a irse, generando el estallido en llanto en varios niños, que contagiaban a otros .Yo, a punto de hacer lo mismo, me aferraba más a la mano de mi padre, hasta que tropecé con su mirada firme reprobando el descontrol inminente, diciendo:
- Esto, ya te lo explicamos hijita.
Entonces, los recuerdos corrieron en mi auxilio de inmediato, haciéndome reaccionar
- ¡Claro! Lo reconocí, estábamos en el lugar del que tanto me habían hablado.
Enseguida las nubes se apartaron del cielo para mí, dejando brillar al sol; mi padre ya se había ido prometiendo volver por mi más tarde, estaba sola, lista para enfrentar con valor y emoción mi primer día de clases en el jardín de niños, el día que comencé a transitar el maravilloso mundo del estudio y el aprendizaje.
No sabía entonces, que esa misma emoción y yo, nos volveríamos a encontrar: el primer día en la escuela, el colegio, la universidad, el trabajo, pero ya como amigos.
El tiempo invertido por mis padres en prepararme para ese primer día, más la sonrisa sincera y serena con que me abrieron aquella puerta, le permitieron existir, al hermoso recuerdo que tanto atesoro de ese gran día.
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