EDITORIAL
Argentina en la incertidumbre
Argentina en la incertidumbre
Es de esperar que de esta situación de creciente degradación de la acción pública pueda surgir una movilización social de regeneración política
Las reacciones de las principales autoridades del gobierno argentino ante el caso Alberto Nisman –el fiscal que imputó a la mandataria de ese país, a su canciller y otras autoridades de actuar en favor de ciudadanos iranís presuntamente involucrados en el atentado terrorista en contra de las instalaciones de la sede AMIA (asociación que reúne a ciudadanos argentinos de origen judío) en 1994, y que fue encontrado muerto en su departamento día antes de prestar un informe ante una comisión congresal– no hacen otra cosa que consolidar la desconfianza de la ciudadanía en el régimen y su acelerada deslegitimación política.
Los diferentes elementos que conforman esta trama hacen que sea muy difícil establecer con mínima claridad el curso de los acontecimientos. Sin embargo, lo que se conoce hasta ahora es que en el caso están involucradas las siempre oscuras fuerzas de los aparatos de espionaje, tanto argentinos como externos, la búsqueda insensible de reproducirse en el poder, cualquiera sea el costo que ello exija, y el fin de los principios en aras de la satisfacción de intereses personales que ya de político-ideológicos no tienen nada más que las caretas con las que tratan de ocultarlos quienes administran el Estado de esa nación.
Como sucede en otras experiencias de corte autoritario y que han subvertido las reglas de la convivencia democrática, la dejación del poder significa provocar una debacle. Acorralados por denuncias sólidas de corrupción en los más altos niveles de la estructura gubernamental, sus conductores, como sostienen muchos analistas de ese país, están concentrados en cómo garantizar su futura impunidad. Y a lo que hasta ahora era sólo un escenario de corrupción estatal sin límite (ejemplo de ello es el Vicepresidente argentino, que ya ha sido imputado en varios juicios por corrupción pero se mantiene en el cargo por decisión de la Primera Mandataria pese a los pedidos de destitución), ahora se suma la muerte del fiscal, la incapacidad de establecer la forma (suicidio, suicidio inducido, asesinato) y la frivolidad con la que la Presidenta ha tratado el caso buscando convertirlo en una conspiración en su contra por, entre otros, algunos poderes mediáticos.
Ante ese escenario, cuesta comprender que no puedan salir voces que generen esperanza en la gente; que un país que ha producido extraordinarios hombres y mujeres que han hecho aportes a las ciencias, la filosofía, la literatura (y la cultura en general) como pocos en la región, tenga una dirigencia política tan maleada y haya aparecido una intelectualidad tan sumisa al poder.
Se le atribuye a Jorge Luis Borges la sentencia de que en política siempre se puede estar peor... Pero, es de esperar que de esta situación de creciente degradación de la acción pública pueda surgir, como en anteriores situaciones extremas ha sucedido, una movilización social de regeneración política que imponga austeridad y transparencia en la gestión pública, recupere y reinstale valores e instituciones democráticos, y pueda sacar al vecino país del pozo en el que actualmente se encuentra.
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