Apachetas y otros temas
Apachetas y otros temas
Gastón Solares Ávila.- El término apacheta no parece castellano; sin embargo, figura en el diccionario y significa un montón de piedras colocadas por los indígenas andinos en señal de devoción a la divinidad. Es una especie de nicho o altar hecho por los familiares de víctimas sobre todo de accidentes, que antiguamente se erigían en sitios solitarios y en los que ocasionalmente se depositaban ofrendas. No tienen nada que ver con el lugar de fallecimiento.
Hace algunos años, se han cambiado esos sitios solitarios por los bordes de caminos concurridos con el convencimiento de que por esos caminos las almas de los difuntos se irán al cielo y han convertido las entradas a nuestra ciudad por carretera en verdaderos cementerios. Los yatiris modernos les dan todavía otras interpretaciones.
No sé si esta columna, dedicada a los intereses de Sucre, habrá tenido alguna influencia en la decisión municipal de hacer desaparecer estos nichos que daban un pésimo y deprimente aspecto, pero ha sido tema de varias notas por lo que, públicamente, se agradece al señor alcalde por su acertada y valiente determinación. Por fin una demostración de autoridad.
Es ciertamente importante respetar las creencias de la gente, por inverosímiles que parezcan, pero es necesario también recordar que cuando se perjudica el interés colectivo, hay que crear normas para regular ciertas actividades que las autoridades de turno tienen la obligación de hacer cumplir. No es lógico que los ingresos a la Capital Histórica de Bolivia, estén saturados de cementerios improvisados, sencillamente porque hay alguna gente que cree tener derecho a utilizar espacios públicos, sin tomar en cuenta el derecho de los demás que no comparten sus creencias.
Si la medida se hubiera tomado cuando el problema no era tan grave, hubiera sido más fácil la solución y no hubiera habido ninguna reacción, pero más vale tarde que nunca. Además, se ha demostrado que cuando hay decisión y autoridad, se pueden poner en orden las cosas.
Por otra parte, en un momento en el que tanto se habla precisamente de la ocupación de los espacios públicos, los mercados ilegales ganan calles y plazuelas. Durante los últimos domingos, la plazoleta de nuestro hermoso Cementerio, lugar además turístico, se está convirtiendo en el mercado de la papa y a una velocidad vertiginosa. Sin embargo, no se ha podido lograr que las vendedoras de flores ocupen las casetas especialmente diseñadas y construidas para el efecto. Si se dejan las cosas como están, en el lugar se venderán flores y papa.
En el espacio insuficiente destinado a parqueo en el mercado central, han proliferado también los vendedores; es decir, el mercado se ha ampliado al parqueo y a las aceras, como ocurre en la ex peatonal. Eso mismo está ocurriendo en otras zonas como en la gran rotonda de la avenida Juana Azurduy, lugar donde las vendedoras de comida han tapado el mural pintado por el artista Luis Zilvetti que vino desde París, donde radica, a cumplir un trabajo insólitamente a pedido de la Alcaldía.
En el Parque Bolívar pasa lo mismo, a pesar de los esfuerzos iniciales del señor Presidente del Concejo que reunió en su Despacho a gente desesperada con la situación de desorden actual.
Los ejemplos son interminables, otro es el de la calle Germán Mendoza con la calle Dalias que lleva a la avenida del Bicentenario que ya es otro mercado de papa, verdura y fruta que se vende hasta en camiones a ciertas horas y poco a poco, se está consolidando.
Bien por la determinación de destruir las apachetas, es excelente medida, pero no suficiente porque el caos está ganando la batalla.
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