Miércoles, 4 de febrero de 2015
 
Pegada a la tierra

Pegada a la tierra

Mario Mamani Morales.- Hay poblaciones en el país donde sólo quedan ancianas. Los jóvenes y adultos han marchado hacia otros horizontes en busca de trabajo. Generalmente ya no vuelven porque han encontrado mejores oportunidades para ellos y la familia que inician. El pueblo que los vio nacer ha quedado lejos y se convierte en recuerdo.
Esta es una realidad en muchas familias. Cuando los hijos toman el camino a la Argentina, sólo la madre queda en casa, las pequeñas parcelas con algunas plantas y unas cuantas ovejas o cabras. Ya ancianas están pegadas a la tierra de donde se resisten salir.
Hay ocasiones en que los hijos buscan una mejor situación para la madre anciana, casi a la fuerza la llevan consigo a la urbe. Allí, aunque no siempre en una villa miseria, jamás se acostumbran, añoran volver a su pago, exigen a la hija o hijo que las devuelvan a la tierra, a la casuchita que todos los días la tiene en el recuerdo y la nostalgia.
Doña Josefa ha vivido esa realidad. Su origen está en algún lugar de Nor Chichas del Departamento de Potosí. De estos lares casi todas las personas jóvenes han migrado al país vecino, Argentina; “allí hay trabajo”, dicen. Ella fue a la fuerza al gran Buenos Aires. La ubicaron en una casa con cerámica, cemento y todos los servicios; pero jamás se sintió plena aunque tenía el cuidado de sus hijas que la rodearon de todo: ropa, comida, televisión y cuidados.
“Quiero volver a mis casa, llévenme”, era el reclamo diario y casi a toda hora. Jamás sintió como suya la buena cama, el cuarto de baño con todas las comodidades de ciudad. Pensaba en sus ovejitas, sus cerros, la amancaya, sus vecinas, ancianas igual que ella, pero con las que podía hablar en su idioma. En la metrópoli, sólo había ruido y abandono porque las hijas tenían que salir a trabajar.
A tanta insistencia y cansadas de escuchar el ruego de la madre para volver a su tierra, la traen de vuelta; pero ellas, las hijas, tienen que regresar a su Buenos Aires porque allí ya tienen familia, casa y trabajo. Doña Josefa se queda sola en su pago; pero contenta porque es su mundo, su pueblo, su tierra, su aire fresco y puro. De vez en cuando llega algún encargo de los hijos e hijas, con dinero incluido que ella no sabe en qué o cómo gastar. Está pegada a la tierra.
Otro de los hijos que hace años se fue hacia Santa Cruz, también ya tiene un futuro labrado: esposa, hijos y casa en un asentamiento tipo colonización donde también planta, tala árboles y recoge los frutos de su esfuerzo en el cultivo de la tierra.
Por asuntos de conciencia y el deseo de estar junto con la madre, también doña Josefa es llevada al oriente. Aunque sea en el campo, más con las temperaturas altas, el aire sofocante, nunca se acostumbra. Tiene el cariño del hijo y los nietos; pero su mente está en el lugar donde ella nació, creció, hizo familia, fue feliz al ver a los hijos hacerse adolescentes, jóvenes; pero tuvieron que partir porque ya la tierra no producía a consecuencia de una rotura de un dique de colas de COMSUR que arrasó con todo en los años 90 del pasado siglo. Jamás la tierra volvió ser a la misma.
Doña Josefa en Santa Cruz, cerca a la frontera con Brasil donde su hijo tiene su parcela, todos los días pide que la lleven otra vez a su pago. Como duerme en el suelo, temprano cada mañana alista sus prendas y dobla la cama esperando que sea el día para partir a su pueblo. “Aunque sea muéstrenme el camino y me iré caminado”, suplica al hijo.
Finalmente la retornan a su tierra. Ahora ella más anciana, casi sin vista y apoyada en un bastón se cocina, recoge agua de una vertiente y tiene su perro y una gata que son sus compañeros. Respira su aire y de vez en cuando alza la vista hacia el sendero, por ahí llega alguno de sus hijos.