El soporte de la fe
El soporte de la fe
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- En el evangelio de hoy contemplamos a Cristo enfrentando al mal, especialmente el mal de la enfermedad, en todas aquellas personas que le presentaban y, no solamente en la suegra de san Pedro. La suegra de san Pedo fue liberada de la fiebre y de inmediato se puso a servir a Jesús y a los discípulos que le acompañaban. La acción de Jesús es señal de que el reino de Dios ha llegado. Cristo, sin duda, viene a salvarnos de las secuelas del pecado, entre ellas la inseguridad y la angustia que provoca la enfermedad, como vemos en la primera lectura, la tremenda prueba por la que pasó Job Job es un hombre proverbial y ejemplo de fe, confianza y paciencia sobre todo.
En la antigüedad era el prototipo de la humanidad doliente. Su vida está llena de violentos contrastes que se suceden con una finalidad didáctica. Le toca vivir y saborear la riqueza y la pobreza. Conoce en su vida el cariño de la amistad y el desprecio aún con los amigos. En su vida encontramos: la depresión, el júbilo, la humillación, la rebeldía, la resignación... Hasta llega a encararse con Dios. Dios le reprocha por su actitud, haciéndole ver que es nada. El libro de Job tiene un mensaje para todos y para todo tiempo, esperar contra toda esperanza.
El creyente, el discípulo de Jesús, está llamado a iluminar este mundo que le toca vivir. No estamos hechas las personas para la muerte, sino para la vida. El optimismo debe ser el talante de todo cristiano, pues somos obra de Dios. La creación ha sido bien hecha, "y vio Dios que todo era muy bueno". El Concilio Vaticano II afirma: "creyentes e incrédulos están casi totalmente de acuerdo en considerar que todo cuanto existe sobre la tierra debe ser referido al hombre como a su centro y suma" (Gaudium et spes).
Jesús quiso tener, como hombre, una actividad limitada. Ha sido enviado a buscar las ovejas perdidas del pueblo de Israel. El no daba abasto a todos los requerimientos de peticiones. Llegó tarde a curar un día a la hija del Jairo; otro día también llega tarde a la casa de Lázaro, cuando ya lleva cuatro días de muerto. Pero, sin embargo, está presente en todos y llega a todos. Dios es omnipotente y omnipresente. Está Dios en todas partes y escucha todos. Pero Dios ha querido valerse de las personas para que el mensaje de la salvación llegue a todos.
Jesús muestra su ansia de salvación y liberación: "vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí, que para eso he venido". Jesús nos da el mejor ejemplo de evangelizador, de predicador del amor y de la salvación. Lo primero que hace, según el evangelista Marcos, es predicar, evangelizar. Cristo no se queda instalado en el éxito que ha obtenido, sino que va a otros pueblos, predicando y curando a los enfermos y poseídos de los demonios.
Pablo aparece en la segunda lectura de este domingo, lleno del fuego por evangelizar: "ay de mí si no evangelizara". Cada cristiano está llamado a salvarse, no sólo él, sino a anunciar a los demás la Buena Noticia. Todos estamos llamados a ser discípulos misioneros. ¿Por qué habrá tan pocos cristianos católicos que sean mensajeros del Evangelio? ¿Tendrán vergüenza? En el evangelio de hoy hay un detalle que conviene destacar. Jesús al día siguiente de haber curado la suegra de Pedro y a otros muchos enfermos, se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Encontramos con frecuencia en los evangelios, especialmente en san Lucas, la referencia a la oración de Jesús, en ella se daba el diálogo constante con el Padre amado.
Una señal clara de nuestra fe profunda y madura es el tiempo que dedicamos a la oración o conversación con Dios. La oración debe ser constante, es la respiración del alma. Jesús dice: "oren ininterrumpidamente". Vivimos en una civilización que no favorece el dar tiempo a la oración, sino a la distracción. Una civilización donde la despersonalización de las relaciones, el vértigo de la prisa, restan tiempo para dedicarse a orar. Tenemos que reaccionar para encontrar tiempo para la oración y crecer en la fe. Sin la ayuda de Dios no hay fe posible. La Eucaristía o Misa dominical debiera ser el vértice de la semana y el soporte de la fe. Como decía el Papa Pió XII: "la vida de fe de una comunidad parroquial se conoce por la participación en la Eucaristía.
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