¿Pesimismo o realidad?
¿Pesimismo o realidad?
Gastón Solares Ávila.- Cuando uno llega al aeropuerto Juana Azurduy de Padilla, la tarjeta de presentación al dejar el edificio Terminal es la cantidad de mendigos que apabullan a los pasajeros, sobre todo a los turistas, a quienes jalan su ropa pidiendo una limosna. No se sabe si son mendigos de verdad o si son aquellos que como llamaba el Cardenal Maurer pertenecen a la mendicidad profesional. Su número aumenta cada día y no sería raro que en cualquier momento formen su sindicato.
A la salida del aeropuerto, los ojos ven letreros de señalización acabados de viejos, casetas de mala muerte que sirven comida, insólitamente pintadas con publicidad de empresas supuestamente “serias”, jardineras centrales que son basureros, carreteras llenas de parches y gran cantidad de edificios a medio construir. Felizmente las apachetas han desaparecido y el camino por la avenida Juana Azurduy tiende a mejorar. Era una pena que el cruce a uno de los pocos barrios residenciales, tenga apariencia de cementerio. La primera vista panorámica demuestra que el turista ha llegado a la ciudad del ladrillo visto sin terminar, cuando había venido a conocer la ciudad blanca.
Cuando por fin llega al centro histórico se asombra de su belleza y se lamenta del estado de aceras y calzadas, se sorprende del desorden y ve a la gente corriendo de una acera a otra, escapando de los vehículos, pero le resulta interesante porque se da cuenta que es parte del turismo de aventura, ya que es una aventura llegar con vida a la acera opuesta. Se da cuenta también de que es un país sui géneris porque es el único en el mundo en el que tienen la primera prioridad los vehículos grandes, después va decreciendo esa prioridad por tamaño, hasta llegar a las motos, a alguna que otra bicicleta, les toca el turno a los perros y finalmente a los peatones.
Bella ciudad de contrastes. Se encuentra de pronto frente a una singular mezcla arquitectónica entre lo colonial y lo republicano. Hay fachadas que impresionan por su hermosura, como la de la Casa de la Libertad, o la de la de al lado que llega a la esquina, cuya imponente restauración se asoma lentamente escapándose de los plásticos que todavía la tapan. Además, es blanca, gracias al buen criterio de sus nuevos propietarios.
Hay otras, como la de varios hoteles y edificios que respetan el blanco o colores muy claros, pero hay muchas otras también, que han empezando a imitar el mal ejemplo pintando de colores fuertes las molduras y los marcos, inclusive en casonas que pertenecieron a defensoras tradicionales de nuestras características y tradiciones.
Este panorama ya no sé si es real o fruto de mi pesimismo, siendo generalmente optimista en todo aspecto. Por eso titulo a mi nota con una pregunta que a mis generosos lectores les pido contestar.
Confieso sinceramente que estoy seriamente preocupado porque me estoy obsesionando con mi amor a Sucre. Esta bella Capital de la República o del Estado cada día pierde terreno. Ya no tenemos autoridades que reclamen sus derechos, ya no hay Comité Cívico porque los nuevos asambleístas, como muchos otros antiguos, lo usaron de escalera política. Ya no hay quien se pregunte siquiera por qué no incluye el Papa en su visita a Bolivia a la sede del Arzobispado de La Plata, o por qué no se usa el Centro de Convenciones en cumbres políticas, diplomáticas, consulares o culturales. Todo el mundo se ha resignado y se ha contagiado de un marasmo colectivo como si hubiéramos perdido el entusiasmo de vivir.
Finalmente, el turista se conforma con pasear en calles sucias y destruidas, en el parque Bolívar, cerrado para la mayoría de los ciudadanos en beneficio de una docena de puestos de comida barata.
Hagamos algo por cambiar las cosas, entre todos. Aportemos recursos a la Iglesia o al Municipio para acabar con la exagerada mendicidad callejera. Busquemos la forma de trabajar en equipo. Mientras tanto, por favor respondan: ¿Es pesimismo o realidad lo afirmado en esta nota?
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