Domingo, 15 de febrero de 2015
 

COLUMNA VERTEBRAL

Orden y desorden mundial

Orden y desorden mundial

Carlos D. Mesa Gisbert.- Irónicamente, el siglo del horror, el de Aushwitz, fue también el de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De los escombros de la guerra, de los huesos calcinados y los cadaveres vivientes de Hiroshima, emergió un nuevo orden mundial. Nuevo orden basado en algunas premisas básicas, la más importante fue la de unos mapas, unos estados, unos bloques y un ajedrez, cuyo equilibrio o desequilibrio tenía que ver con la lógica de dos grandes poderes en tensión. Todo sustentado en la idea de que alguien concreto administraba el poder, que habia entidades nacionales cuya potencia política, económica y militar, definía un determinado camino.
El mundo de la guerra fría, cuyas columnas era los misiles y sus cabezas nucleares, y cuyo templo tenía las imágenes de Marx y Lenin, las de Smith y Ford, marcó un tiempo bastante nítido, de guerras localizadas y de avances y retrocesos en un mapamundi estructurado sobre precarios pero predecibles equilibrios.
La caída del Muro genero la idea equivocada de que terminada la era del socialismo real se iniciaba un nuevo orden multipolar cuyas bases, sin embargo, eran las mismas, esto es una determinada organización internacional basada en las mismas premisas que se habían sustentado después de 1945. Se suponía que Yalta y Bretton Woods seguían proyectando sus certezas en el horizonte. Fue un error, la caída del Muro fue un paréntesis de esperanza, una ilusión de un futuro que no cristalizó. La humanidad no había llegado al puerto de la utopía ta largamente anhelada.
Después de los campos de gas como el símbolo mas ominoso de la degradación de nuestros valores más caros, la siguiente estación fue el 11 de septiembre y la caída de las torres. Es difícil encontrar una imagen que retrate mejor el fin de un momento y el comienzo de otro. En algo más de una hora fuimos testigos de una horrible metamorfosis. De la perfecta y cartesiana forma de ambos edificios, símbolo si los hay del orden racional de las cosas, pasamos, bajo el brillante sol tibio de una mañana de primavera, al caos total, a la devastación, a la inmensa capa de polvo y residuos de metal, papeles y restos humanos que cayeron sobre los habitantes de Nueva York, la ciudad más emblemática del planeta.
Tras esa imagen sobrecogedora amaneció una nueva realidad. El diseño mundial de 1945 se había hecho pedazos. Se abrieron las puertas de la incertidumbre y de la crisis. Las premisas del racionalismo laicista no eran las que marcaban el futuro. Descubrimos, no sin azoramiento, que aquellos principios y valores que nos parecían evidentes no lo eran tanto. Comprobamos -una vez mas- que detrás del discurso pulcro de la modernidad estaba la economía de casino, lo peor de la avaricia y el cinismo humano. Pero vimos también que no era verdad que el iluminismo había desterrado los atavismos básicos de nuestro vínculo indisoluble con un pasado que nos marcó a fuego. No era posible romper amarras con la intima convicción de una vida trascendente y de una o más divinidades todopoderosas que rigen nuestras vidas, que explican sin explicar todo lo que nuestra mente no puede alcanzar a comprender. Si la vida aquí es lo que es, porque no apostar por otra que nos redima.
Las viejas sombras de la Edad Media nos han cubierto y marcan la evidencia de que la trama de los estados nacionales está superada por la transnacionalizacion, no solo de un sistema financiero que funciona como un magma que domina las pantallas de plasma de las bolsas del mundo, sino del radicalismo religioso convertido en una cruzada de pesadilla por la imposición de una verdad revelada, cuyo éxito depende de desterrar todo vestigio de razon y de libertad individual. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan en este nuevo desorden mundial, allí esta el crimen organizado expresado en el tráfico de personas, de armas, de drogas. La violencia combina las causas religiosas, los nacionalismos tribales y los intereses mas descarnados. Los olvidados de la tierra quieren llegar al 'paraiso' prometido a través de masivas corrientes migratorias que generan el miedo y el rechazo de la xenofobia...
La arquitectura internacional que surgió con la creación de Naciones Unidas después del suicidio de Hitler y el triunfo de las naciones aliadas en la última "guerra justa", no responde a esos gigantescos desafíos de hoy. Parece muy difícil apostar por un nuevo orden deseable, apenas podemos atisbar a construir un orden posible a sabiendas de su precariedad. Las grandes potencias conviven con poderes fácticos, tanto o más grandes que ellas mismas. La preservación de los equilibrios esta cada vez más lejos de las cabezas nucleares, de los desmesurados ejércitos convencionales, y de las reglas incuestionables de los bancos centrales o de los departamentos del tesoro. Miles de millones de seres humanos afrontan una realidad de poderes compartimentados, de causas contradictorias y del sinsentido de una vida sin esperanza cuya meta es exprimir lo que se pueda en el menor tiempo posible.
Es en ese nuevo escenario que debe diseñarse una estrategia internacional multipolar, despojada de una lógica inflexible (la de liderazgos basados en el razonamiento que emergió de los Estados-Nacion), capaz de responder con más velocidad y menores restricciones 'burocráticas' a la realidad. En ese contexto, es un imperativo entender la multiculturalidad, revisar nuestras ideas sobre la modernidad, entender que conviviremos -como siempre ha ocurrido- en la paradoja entre nuestros miedos y convulsiones atávicas y la ilusión de la transformación de nuestros espíritus bajo el manto de la innovación, la ciencia y la tecnología. Los seres humanos del siglo XXI debemos saber ya que nos acompañara siempre la impronta primitiva que le dio sentido a nuestra especie. No habrá nuevo orden si no lo entendemos así.