Domingo, 15 de febrero de 2015
 
Los leprosos de hoy

Los leprosos de hoy

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- El evangelio de este domingo, Marcos 1,40-45, nos narra un breve diálogo de fe entre Cristo y un leproso, que terminó con la curación de este por parte de Jesús. El leproso, ya sanado es reintegrado a la comunidad civil y religiosa judaica, de la que la enfermedad le tenía apartado de acuerdo a las prescripciones de Moisés contenidas en el libro Levítico, 13,1-2 y 44-46. El milagro lo alcanza aquel enfermo de lepra por la súplica llena de fe que hizo a Jesús. Este hombre fue liberado en este día: física, social y espiritualmente.
El domingo pasado decía que la Eucaristía es el soporte de la fe. El criterio definitivo para conocer al cristiano, al sacerdote, al religioso, al obispo maduro es: cómo se relacionan con Dios, viviendo su fe como diálogo y no como monólogo egoistico. La fe como diálogo comienza por la absoluta disponibilidad para escuchar a Dios, a fin de darle una respuesta personal que nos capacita para el testimonio de vida.
El próximo miércoles, iniciamos un tiempo muy especial para los cristianos católicos: la SAGRADA CUARESMA, que debiera marcar la vida de todos los cristianos, pero lamentablemente son pocos los que entran en el espíritu cuaresmal. Este tiempo está fuertemente guiado por la iglesia en su experiencia milenaria, especialmente en la Liturgia, con la finalidad de acompañar y ayudar, para que vivamos una mayor experiencia de encuentro con el Señor por medio de la oración, la reflexión, la Palabra de Dios y el ayuno.
Jesús es el modelo que queremos seguir siempre, pero de una manera particular en la Cuaresma. Cuanto más insegura es la fe, es decir, la experiencia de Dios, de contacto con Cristo, mayor será el deseo, la tentación y el peligro de buscar un sistema de seguridad religiosa por medio de un montaje religioso, calculado a la propia medida. Todos queremos en no pocos momentos de la vida, hacer una religión acomodada a los propios gustos, una religión a la carta, como suele decirse, para que como una aspirina calme nuestras preocupaciones internas.
La curación del leproso que guiado por la fe recurre a Jesús, tiene un simbolismo muy especial para aquel tiempo de Jesús. Sabemos muy bien hoy día que la lepra es el mal o la enfermedad de Hansen. Pero entonces la lepra era vista y entendida como símbolo del pecado. Pareciera que pensar así es como creer que todos los malos son feos y todos los lindos buenos. La lepra apartaba de la comunidad civil y religiosa como a un maldito por Dios. El leproso era un empecatado. El pecado era y es también ahora algo serio. Hiere profundamente a la persona que lo comete aunque no quiera admitirlo.
La huella del pecado en lo más profundo del ser humano va más allá del recuerdo o sensación que se pueda tener o no en la conciencia. Eso puede borrarse con el paso del tiempo, o con el ruido del quehacer diario que nos distrae. Pero el pecado en sí, la liberación de ese mal, solo la puede hacer el Señor. Jesús vino para salvarnos, para librarnos del pecado. Por eso nos dice: "he venido a salvar, no a condenar". Lo primero que hizo el leproso fue reconocer el mal que padecía y recurrir a Aquel que le podía salvar del mal de la lepra, de su pecado como él creía. Esto suele serlo más difícil en la vida humana y cristiana. Reconocer nuestro nuestros pecados. Nos creemos sin pecado, entones no habrá curación posible. Dios cura al que reconoce su pecado, pide perdón y se convierte. Todos necesitamos convertirnos cada día.
Hoy día podemos decir que casi la lepra está superada, pero hay otros males, otra serie de leprosos, discriminados o marginados en nuestra sociedad que, se gloría de ser tan abierta. Hay una serie de personas que, a veces, consideramos injustamente pecadoras, indeseables, a quienes no los queremos en nuestras relaciones, nos alejamos de ellos. Nuestro mundo quiere ver a los sanos físicos y espirituales, a los guapos, a los campeones, a los que pertenecen a nuestro sector social, a los que nos caen bien... A los otros lo ignoramos sin más. En la vida real aplicamos a ellos la ley de Moisés: los marginamos y los consideramos molestos. Como los israelitas de aquel tiempo nos alejamos de ellos, no vaya a ser que nos contaminen de su mal. No nos damos cuenta que por ese camino no llegaremos a mejorar nuestra sociedad y a alcanzar la unidad en el mundo a la que todos aspiramos.