Lunes, 23 de febrero de 2015
 

EDITORIAL

Grecia y la salud de la democracia

Grecia y la salud de la democracia



Poner en riesgo la viabilidad de la institucionalidad democrática es algo que a nadie conviene, por lo que cualquier negociación que culmine en un acuerdo es una buena noticia

Después de un mes de tensas negociaciones, cuando las más pesimistas previsiones desahuciaban la posibilidad de un entendimiento, Europa y Grecia han logrado un acuerdo que si bien no da una solución definitiva a las disputas, ha dejado abierta la vía hacia nuevos avances en la dirección correcta.
Como toda negociación entre partes que defienden posiciones divergentes, el acuerdo no ha sido plenamente satisfactorio para ninguno de los contendientes. Y aunque a primera vista Grecia aparece como la que más concesiones hizo, lo que es comprensible dada la debilidad de su situación actual, los términos acordados no dejan de ser positivos si se consideran las otras opciones que tenía a su alcance.
Desde el punto de vista económico, los negociadores del Eurogrupo lograron salir airosos de esta primera batalla ante Alexis Tsipras y todo lo que el líder griego representa. Lograron evitar que los representantes del flamante gobierno de Atenas impongan su pliego de demandas y se conformen con una nueva prórroga, esta vez de cuatro meses, para que Grecia presente un plan de ajustes enmarcado dentro de los límites impuestos por las reglas de juego vigentes. Y aunque saben que esa no es una solución de fondo sino sólo una postergación del desenlace, tienen buenos motivos para sentirse conformes con el resultado obtenido.
El mayor rédito para Europa, sin embargo, no es el que se puede medir en términos contables. Es en términos políticos que el acuerdo logrado merece ser valorado porque tiene la virtud de haber desactivado un conflicto cuyos efectos desestabilizadores amenazaban con extenderse por todo el continente. Es que Alexis Tsipras y la coalición que representa es el último bastión que queda en Grecia, y por extensión en gran parte de Europa, de un sistema político sujeto a reglas, procedimientos, posibilidades y limitaciones legales. Sin esa opción, y ante el total descalabro de los partidos tradicionales, sólo el caos y las reyertas callejeras hubieran sido el escenario de las confrontaciones.
Aún quienes con más intransigencia defienden el tambaleante sistema económico y político europeo están conscientes de que ninguno de los acuerdos alcanzados, por provisionales y precarios que sean, hubiera sido posible con otro gobierno griego. Saben también, por consecuencia, que no pueden abusar de la flexibilidad y condescendencia que en esta primera ronda mostraron los abanderados de la nueva ola de la izquierda europea. De hacerlo, podrían poner en serios aprietos a Tsipras y su partido, pero a un costo demasiado alto expresado en el crecimiento del descontento en otros países, como España, que observan la evolución de la crisis griega como un anticipo de lo que les espera.
En ese contexto, y más allá de lo que digan durante los próximos meses las frías cifras económicas, lo que en verdad importa es que en Grecia se está poniendo a prueba la posibilidad de resolver los conflictos de intereses y visiones en términos pacíficos y con los instrumentos que brinda la institucionalidad democrática. Poner en riesgo la viabilidad de esa fórmula es algo que a nadie conviene, por lo que cualquier negociación que culmine en un acuerdo, por insuficientes que sean sus resultados, como en este caso, es de por sí una buena noticia.