EDITORIAL
Bolivia, caso opuesto a Argentina y Venezuela
Bolivia, caso opuesto a Argentina y Venezuela
La misma honestidad intelectual que obliga a los defensores de los gobiernos de Argentina y Venezuela a reconocer sus propios desaciertos, debe dar lugar a una mejor comprensión de cuanto ocurre en nuestro país
Hace unos días, en República Dominicana, el Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el Banco de Desarrollo de América Latina y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), presentaron el informe “Perspectivas económicas de América Latina 2015”. Y aunque una primera versión ya fue presentada en diciembre pasado, la ocasión sirvió para que se actualicen las proyecciones a la luz de las más recientes tendencias de la economía mundial.
No es pues por novedoso que el estudio ha llamado la atención, sino porque tuvo la virtud de reforzar los llamados de atención sobre la necesidad de que cada país ensaye fórmulas alternativas a las que durante la última década orientaron sus actos.
El tema es de especial interés para los bolivianos, porque si bien nuestro país también verá reducidas sus expectativas de crecimiento durante los próximos meses, lo hará en una proporción mucho menor que la de los demás países de la región. Aun asumiendo la clara tendencia hacia la disminución generalizada del ritmo de crecimiento, los resultados del estudio muestran a Bolivia encabezando nuevamente el grupo de naciones con índices de crecimiento positivo, dato que no puede ser atribuido exclusivamente a factores externos ni a la bonanza proveniente del ciclo de altos precios de las materias primas.
De acuerdo con las proyecciones de la OCDE y la CEPAL, Bolivia tiende a consolidar su liderazgo en el escenario latinoamericano seguido de Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Perú y República Dominicana, en ese orden. México y Chile, en cambio, pasan a formar parte del lote de países con crecimiento muy moderado (alrededor del 2.5%), Brasil tendrá que conformarse con un 1%, aunque no está excluida la posibilidad de algo peor, y se confirma una vez más que Argentina y Venezuela cruzarán la línea del decrecimiento económico, ratificando el fracaso de sus respectivos gobiernos.
Más allá de los previsibles efectos que tales datos tendrán sobre el prestigio y la popularidad de los gobiernos involucrados en los buenos y los malos resultados, el tema merece ser objeto de análisis libres de los apasionamientos y las urgencias dictadas por los circunstanciales intereses proselitistas. Y eso vale tanto para identificar y reconocer los desaciertos, como para valorar los aciertos, más allá e independientemente de los afectos o desafectos políticos.
En el caso de Argentina y Venezuela, por ejemplo, ya no tiene sentido que quienes en algún momento se sintieron identificados con los postulados ideológicos que inspiraron a los gobernantes de ambos países insistan en negar la cuota de culpa que corresponde a quienes condujeron a través de políticas económicas equivocadas a sendos descalabros.
En el otro extremo, algo similar puede decirse de quienes se niegan a reconocer que alguna virtud debe tener la gestión económica de los últimos años en Bolivia. Así como un mínimo de honestidad intelectual obliga a los defensores de los gobiernos de Argentina y Venezuela a reconocer sus propios desaciertos, la misma razón debe dar lugar a una mejor comprensión de los factores que hasta ahora han confluido para que Bolivia haya seguido un camino diferente y obtenido resultados diametralmente opuestos.
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