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Historia de una bandera

Historia de una bandera

Waldo Peña Cazas.- Puesto que la barbarie política pretende cambiar los símbolos patrios, cabe recordar una historia que comenzó poco después de la Guerra del Chaco. En aquel tiempo, la Villa Imperial no era ya la urbe más rica del mundo; pero, en el decir popular, era aún la "vaca lechera" sin la cual Bolivia no habría podido emerger ni subsistir como nación. Saqueaban aún sus entrañas, y dejaban un pueblo con el estómago vacío y con los pulmones perforados.
Agotada su plata, el mítico Cerro vomitaba estaño y, a sus pies, la Villa exudaba algo más valioso que el oro: cultura transmutada en lingotes por una alquimia entre el hombre de la altura y la piedra maciza de sus monumentos, insuflada por Gesta Bárbara y otros grupos de intelectuales y artistas sumidos en un trascendentalismo bohemio propio de la época. La ciudad estaba, además, sacudida por fuertes sentimientos federalistas. En tal atmósfera, tres potosinos notables solían reunirse en apasionadas tertulias y, cierto día, vino al tapete la cuestión del Cuarto Centenario y las glorias y los blasones de la ínclita ciudad. ¿Quiénes eran esos potosinos notables, olvidados por la historia? Walter Dalence, a la sazón Alcalde de Potosí; Alfredo Zambrana de Jaúregui, experto en heráldica; y Nicolás Peña López, miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Potosí, igual que los anteriores y quien, lo digo con orgullo, fue mi padre.
Recordaron que, "a devoción de Carlos V", se dio a Potosí el título de Villa Imperial y que, por Cédula Real de 10 de Agosto de 1561, Felipe II reconoció su Cabildo, otorgándole "las mismas preeminencias, franquezas y privilegios reconocidos a Sevilla"; y señaló su Escudo de Armas: el Águila Imperial con dos castillos y dos leones en un campo de plata; en medio, el Cerro fabuloso, dos columnas Plus Ultra a los lados, Corona Imperial al timbre, y por orla el Collar del Toison. Estudiando viejas crónicas, descubrieron que los Reyes de España habían hecho un colosal regalo de agradecimiento a la Villa Imperial: el estandarte que flameara en la batalla de Lepanto entre moros y cristianos. En las grandes solemnidades del esplendor colonial, el Corregidor de la Villa portaba con orgullo este estandarte, admirado por su fina textura y por su artístico bordado. Pero, ¿Qué había sido de esa joya al correr de los siglos? Tras largas investigaciones, encontraron el estandarte, viejo, raído, descolorido, tirado en un depósito de la Casa de Moneda.
Con tan sobrado linaje, ¿cómo era posible que la Villa careciese de un emblema que trasuntara cotidianamente su pasado? Con la información acumulada, diseñaron una bandera: cuatro cuarteles de color rojo y blanco intercalados. Una Resolución Municipal la reconoció como Bandera de Potosí, y el 10 de noviembre de 1941, aniversario cívico, todo el pueblo salió en una gran marcha, encabezado por su alcalde que lucía en el pecho una banda con los colores de la nueva bandera.
Una renovada conciencia de identidad, de unidad y de reivindicación surgió al influjo del nuevo símbolo, y se avivó el sentimiento federalista; pero el Gobierno acuso de separatismo a los creadores de la bandera y ordenó su apresamiento. Sin embargo, era tal la euforia popular que la misma policía se negó a cumplir la orden. Entonces, Enrique Peñaranda, mandamás de turno, envió tropas con artillería liviana y pesada que ocuparon la ciudad como si fuera territorio enemigo. Anécdota: ¿Por qué usaron tanques de guerra en Potosí, y no en la Guerra del Chaco, recién finalizada? Porque eran inservibles. Ni siquiera pudieron subir la empinada avenida hasta el centro de la ciudad. La represión fue un papelón y el pueblo, resentido, reafirmó sus sentimientos federalistas.
Los diseñadores de la bandera están olvidados por la historia; pero su creación está allí, y la canalla política no podrá cambiarla.