OJO DE VIDRIO
La cosa es poniendo
La cosa es poniendo
Ramón Rocha Monroy.- Cierta vez, este servidor hacía cola en un banco, cuando fue requerido por una señorita bella y sonriente que traía un encargo: “El gerente desea hablar con usted.” Dejé la fila, por supuesto, porque a un gerente no se hace esperar así nomás, y una vez que me senté en su despacho y acepté un cafecito, el buen amigo me dice: “Estoy enojado contigo, no me has regalado tu libro.” “Ah, caray”, pensé, “qué descuido.” Y le prometí una próxima visita con el libro debidamente dedicado.
Creo que se lo llevé y luego salí de su despacho con la satisfacción del deber cumplido. Pero ahora me encuentro con una anécdota inquietante que dice lo siguiente:
“Alguna vez, cuando vivía, una persona llegó al cubículo de Roland Barthes, en La Sorbona, para hacerle una consulta respecto a cierta manera de interpretar el texto desde el punto de vista estructuralista. Barthes dio la explicación solicitada (lo cual le llevó una hora de su tiempo) y el visitante, satisfecho, se iba a retirar. Antes de que eso ocurriera, Barthes le dijo: "Espere un momento". El visitante respondió: "¿Para qué?". "Para que le entregue mi recibo y me pague los honorarios generados por esta consulta", respondió Barthes, extendiéndole el mencionado documento. El personaje se molestó, pues no imaginaba que un humanista le cobrara una consulta, pero tuvo que pagar más o menos lo mismo que le hubiera cobrado un médico.”
En otra ocasión me citó un ejecutivo de una institución muy importante, cuyas oficinas quedan un poco alejaditas, de modo que el taxi me costó como 8 pesos, pero llegué puntual. Me recibió con una amplia sonrisa y me dijo que era de su interés entregarme una documentación para que yo escribiera la historia de un evento importante para su institución, y consultó luego cómo debíamos proceder. Le dije que firmáramos un contrato, con un pago inicial del 50 por ciento y el resto a la entrega del trabajo. De inmediato vi que se desconcertó, y luego, disimulando un gesto de contrariedad, me dijo: “Hazlo así nomás. Total, esto va a significar una consagración para tu carrera.” Le dije que lo pensaría y, segundos después, me hallaba al borde de una carretera, buscando otro taxi que me costaría otros 8 pesos.
Refiriéndose a Roland Barthes, un periodista mexicano comenta: “Esta anécdota es ejemplar: hay quienes suponen, por extrañas razones, que la experiencia profesional humanística o artística no es digna de generar honorarios” […] “Total, ¿qué es escribir, traducir, restaurar, dar clases, pintar o componer música?, ¿qué es tejer, hilar, cocinar, cosechar? Para quienes ganan dinero, usufructuando esas habilidades ajenas, nada, aunque no las sepan hacer.”
A Chopin le encargaron unas piezas para piano, pero se hicieron los desentendidos a la hora de hablar de los honorarios. El gran músico le dirigió una carta al cliente: "Compondré la música solicitada pero, primero, ¡paga, imbécil!" Claro, la gente cree que uno vive de amor, de aire, de ilusiones, de mirar las nubes.
Si Cervantes hubiera sabido lo que los editores han ganado con su Quijote; si Beethoven supiera lo que Deutsche Grammophon ha ganado con la grabación de sus obras… ¿Qué más da que Picasso haya vendido bien su trabajo en vida, si el producto intelectual de los demás se sigue considerando barato? "¡Ah! ¡Fulano se cotiza caro!" (indicación subjetiva de que debería cotizarse barato). Frente a tales despropósitos de los mercaderes, Chopin tenía razón: ¡paga, imbécil!
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