Voy a comer en tu casa
Voy a comer en tu casa
Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- A 30 Km. de Jerusalén, en Jericó, oasis de las palmeras, sucede este encuentro maravilloso de un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, con Jesús de Nazaret. Era pequeño de estatura y para poder ver a Jesús decidió subirse a una higuera porque él debía pasar por ese lugar.
El deseo de ver a Jesús por parte de Zaqueo pone de manifiesto el amor de Dios y de comunicar vida. Zaqueo era un hombre muerto espiritualmente hablando. El deseo de ver a Jesús quedó sobradamente satisfecho pues Jesús le dijo: “Zaqueo, baja, que voy a comer a tu casa”. Jesús se aproxima para darle vida. Jesús dice: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”.
Zaqueo era un hombre mal mirado porque era publicano, o sea, cobrador de impuestos para el imperio romano, dominadores que ocupaban la nación de Israel. Además, Zaqueo era jefe de publicanos. La gente lo miraba con odio. Pero Jesús le dirigió una mirada esperanzadora y cariñosa. Hermanos, ¿cómo creemos que nos mira el Señor, siendo que somos pecadores?
Cristo se autoinvita a comer y estar en la casa de Zaqueo. Esta ida a la casa significa toda la familia y los amigos de Zaqueo y los discípulos de Jesús. Había que reflexionar en cada familia si Jesús que estaba presente en el sacramento del matrimonio y lo bendijo, sigue en el hogar. Toda familia necesita de la presencia amorosa de Jesús. Lo hacemos presente leyendo la Palabra de Dios, haciendo oración, participando en la Eucaristía dominical y, especialmente, cuando hay amor.
Descartes decía: “Pienso, luego existo”. Cada cristiano, todo el que cree en Dios, puede decir con seguridad y alegría: “Existo, luego Dios me ama”. La creación entera y de manera especialísima el hombre han sido creados por un acto de amor de Dios. Dios es el Sumo Bien. Lo creó todo, es el infinito Bien para que la felicidad de él llegara a otros seres.
Dios tiene un plan o proyecto para todo ser. Dios, al infundir el alma en Zaqueo, no lo hizo explotador ni usurero. La libertad –don de Dios– hizo que Zaqueo cambiara el proyecto de Dios. “Los planes de Dios no son los de los hombres”, dice la Palabra de Dios.
Jesús anuncia gozoso, la salvación ha llegado hoy a esta casa. Dios amó a Zaqueo y le conservó la vida y sus cualidades. Aquella presencia de Jesús en su casa le convirtió. La conversión consistió en volver al plan original de Dios, dejando de lado la avaricia y desvíos pecaminosos. La vida que llevaba era como la de un hueso dislocado en el plan de Dios y tuvo la valentía de insertarse en el proyecto que Dios tenía para él. Se dio cuenta, a tiempo, que la obra de Dios es más importante que todos nuestros proyectos humanos.
Zaqueo, pequeño de estatura, se hizo gigante en el espíritu. La conversión radical le llevó a practicar la justicia, la solidaridad, la fraternidad y a hacer el bien sin mirar a quién. Hubo en Zaqueo una conversión auténtica que le llevó a una verdadera liberación. Es como decía el Beato Juan Pablo II, que “el encuentro con Cristo es camino para la conversión y la solidaridad”.
Zaqueo podría haber permanecido con la galantería hacia Jesús. Pero no, se convirtió y la conversión lo conduce al cambio. Dio la mitad de la fortuna a los pobres, devolvió el cuádruple a quienes había perjudicado. La conversión le llevó a dar y a reparar.
Jesús es criticado severamente porque anda con publicanos y pecadores y come con ellos. Esto no le importa a Jesús. Él sabe que “ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Por ello exclama: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Con esta acción, Cristo nos ha ofrecido el retrato de Dios que siempre perdona. El Papa Francisco nos ha dicho: “Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos cansamos de pedir perdón”.
En este año de la fe que ya estamos por terminar, se nos ha venido pidiendo con insistencia que revisemos nuestra fe y que la renovemos. Zaqueo con su fe en Jesús ha demostrado que la salvación de la persona humana no es sólo para el más allá. La fe cristiana no es una utopía o anestesia, no es el opio del pueblo, según aquella vieja acusación marxista. El fruto de la fe nos lleva al compromiso con la realidad.
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