COLUMNA VERTEBRAL
Las perversiones de la polarización
Las perversiones de la polarización
Carlos D. Mesa Gisbert.- Uno de los éxitos incuestionables de quienes gobiernan generando fuertes pasiones a favor o en contra, es la aniquilación de un espacio plural para el debate. Quien ejerce el poder sin contemplaciones y rompe muchas reglas del juego democrático, cuya esencia es la circulación libre de ideas y el respeto por aquel que discrepa, crítica, fiscaliza o denuncia, acaba envenenado al contrincante, lo convence de que no hay posibilidad alguna de modificar el estado de cosas vigente. Por ello, sólo es posible usar las mismas armas: intolerancia, radicalismo, descalificación y sobre todo no reconocimiento de un solo hecho sujeto de elogio o aplauso.
La lógica de muchos de quienes se oponen al proceso político vigente es que, ocho años después de un universo de blancos y negros y de amigos o enemigos, cualquier postura de análisis serio, no hace sino reforzar la decisión evidente de eternizarse en el mando por parte de quienes gobiernan. Las palabras –dicen– tienen tal poder que acaban generando aquello que predicen, o afirman, o niegan. Es cierto, el lenguaje es un arma muy poderosa. Estos años de frases, consignas, palabras-fuerza que enaltecen o execran, parecen probarlo. Pero a la vez, precisamente porque las palabras tienen una inmensa fuerza, usarlas para expresar un pensamiento elaborado, un análisis legítimo, una visión distanciada del combate cotidiano, es indispensable.
La gran paradoja es tener que convivir con contradicciones que a fin de cuentas se convierten en dilemas éticos. Durante toda mi vida como historiador y como periodista, adscrito a las ideas nacional revolucionarias o de la llamada izquierda nacional, asumí que las transformaciones de 1952 y quienes las protagonizaron, contribuyeron de modo incuestionable a un cambio cualitativo (positivo) de una Bolivia anclada hasta entonces en la discriminación y la exclusión, a otra más dueña de su propio destino, más democrática y más justa.
Hoy, a diferencia de entonces (entre 1952 y 1964 se desarrolló mi niñez), vivo el proceso político liderado por Morales plenamente consciente de lo que este significa. Muy probablemente estos años pasarán a la historia de un modo muy similar a los del 52. La pregunta es: ¿los muchos elementos negativos que conlleva son simplemente matices, o son cuestiones tan graves que ponen en tela de juicio toda la propuesta histórica? Otra vez el MNR. Cuando escribí sobre ese momento mencioné explícitamente los campos de concentración, la violación sistemática de DDHH, los fracasos de gestión (el desastre de Comibol, por ejemplo), las insuficiencias de la Reforma Agraria, los altos niveles de corrupción, la terrible inflación de mediados de los cincuenta, la dictadura de partido… ¿Esas puntualizaciones desbaratan lo que significó la Revolución? ¿En el saldo del debe y el haber, el debe descalifica al haber? No, no lo descalifica. El 52, a pesar de todo, es uno de los referentes más importantes de toda nuestra historia. La generación quemada por sus abusos y sus excesos es parte de un terrible precio que se pagó y que martillea siempre mi conciencia como intelectual.
Mi padre me escribió en 1970 –-cuando víctima de la revolución universitaria de ese año tuvo que buscar trabajo fuera de Bolivia– la conocida frase de que "la revolución se come a sus propios hijos". Es así como se sentía. De algún modo, yo mismo experimento el contradictorio sabor de lo que hice como Presidente basado en mi particular visión social, política y ética y su consecuencia, el actual gobierno de Morales. Bolivia no vive hoy en estricto sentido bajo el imperio del Estado de Derecho, la arbitrariedad es el sino del poder vigente. El miedo bien administrado por quienes lo generan limita cuando no calla voces discrepantes, la corrupción campea, los valores se hunden, algunas organizaciones indígenas (la raíz del discurso oficial) son peor tratadas que en la democracia anterior. Podría seguir escribiendo sobre muchas cosas sobre las que he escrito abundantemente, pero mucho me temo que eso no logrará apagar la evidencia de que el 2006 trajo consigo un momento fundamental de la vida de Bolivia y que le tocó a Morales representar en el país un punto de inflexión de dimensiones incalculables.
Es imprescindible, con el sedimento de los años, asumir con coherencia el retrato de la paradoja, el reconocimiento de lo que significa este tiempo, a la vez que no cejar un minuto en denunciar aquello que en conciencia sabemos que es inaceptable. Pero lo que no parece justo es suponer en este ambiente envenenado por la polarización, que desde la oposición lo único posible es afirmar sin matices que todo, todo lo que se ha hecho desde el 22 de enero de 2006 es criticable, especialmente y por razones evidentes en este periodo electoral. En lo que a mí concierne, como ex presidente y ciudadano digo lo que realmente pienso. Si lo hice siendo gobernante, con más razón lo hago ahora que estoy en el llano.
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