EDITORIAL
Una controversia en curso
Una controversia en curso
Sería un error que predominen en la Iglesia aquellas corrientes que preferirían “lavar los trapos sucios” dentro de ella
Se puede prever que la controversia que ha surgido entre El Vaticano y el Comité de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño será dura y ambigua, pues da pie a que en ésta se introduzcan otros factores que en vez de ayudar a solucionarla, más bien la aticen, pero también a que se asuma con mayor rigor las acciones purificadoras que se requieren.
Para abordar este tema se debe partir de una convicción: los casos de abuso de menores dentro de la Iglesia no admiten disculpa ni justificativo alguno, ni que no se haya adoptado, desde la primera denuncia, la posición asumida desde el pontificado de Benedicto XVI: cero tolerancia.
Sentada esa premisa es posible sostener que estos abusos están siendo aprovechados para cuestionar a la Iglesia Católica por otras posiciones doctrinales que ésta tiene y difunde, particularmente en temas complejos como su condena tajante al aborto, o su posición sobre las personas que se divorcian, la homosexualidad o el uso de métodos de anticoncepción.
Esos ataques provocan atrincheramiento que puede obstaculizar lo que podría ser un fructífero debate interno que ya está en curso y cuyos resultados no tardarán en verse, siempre y cuando se acepte que se trata de procesos complejos. Agrava la situación el hecho de que la radicalidad de las impugnaciones proviene, en varios casos, de corrientes que, por razones ideológicas, aceptan flagrantes abusos a los derechos humanos en otras latitudes.
En cuanto al informe del mencionado Comité y por lo que se ha podido conocer, lo que se critica es, por un lado, que las explicaciones e informaciones que dieron los representantes de El Vaticano sobre las críticas recibidas no han sido, al parecer, debidamente tomadas en cuenta y, por otro lado, que los miembros de dicho Comité suscriben opiniones sobre temas que no les compete como son las políticas oficiales de la Iglesia.
Al margen de esta controversia que, seguramente, a despecho de quienes quisieran que con ella se remuevan los cimientos de la Iglesia, se situará finalmente en el lugar correcto del debate, ésta debería servir para que en todos los estamentos de la Iglesia Católica, desde las altas jerarquías hasta los laicos comprometidos, se asuma con valentía la dura tarea de podar las ramas secas que existen dentro de ella y separar las frutas podridas. De esa manera, no sólo que se cumplirá un deber moral cristiano y legal fundamental, sino que se evitará que se repitan situaciones como la actual que poco bien le hace.
Al mismo tiempo, es de esperar que con la misma pasión con que se develan casos de escándalo dentro de la Iglesia, se registren los actos con los que desde la Iglesia se los sanciona debidamente.
Lo señalado significa que sería un error que ante este tipo de controversias predominen en la Iglesia aquellas corrientes que preferirían “lavar los trapos sucios” dentro de ella. Como sostienen muchos entendidos, la esperanza en un norte promisorio creada con la elección de Francisco en circunstancias de un desconcierto generalizado, demanda que aquél no sea el camino.
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