CARTAS AL DIRECTOR
De la fiesta al drama y del drama al olvido
De la fiesta al drama y del drama al olvido
Gunnar José Gantier Pacheco.- El boom del vivir bien y de las construcciones en Sucre y de sus alrededores nos preocupa de manera sorprendente.
Muchos de los componentes de la clase media han persuadido a algunos ilusos campesinos de comprarles parte de sus pequeños campos productivos, ilusionándolos con el canje o la venta de vehículos traídos de contrabando o pagando pequeñas sumas de dinero, haciendo notar que el cambio y el vivir bien reportan mejoras sociales, y que hoy es la oportunidad de aprovechar porque de esta ya no habrá otra. Muchos de estos campesinos han caído en el engaño; luego ustedes ya saben, un pedacito más y luego el pedacito que resta, así se adueñaron de todas las propiedades.
Mientras tanto, los negociantes construyeron en los terrenos sus pequeñas haciendas y sus casas de campo de diferentes estilos y materiales, en las cuales construyeron piscinas atemperadas, de diversos estilos, calidades y gustos, haciendo gala de su dinero mal habido; convirtiendo ese pequeño campo productivo que era antes, en un lugar de recreación, que ahora se comercializan en grandes sumas de dinero. Los anteriores propietarios de esos lugares son contratados de cuidadores o de porteros, “si quieren nomás”, ya que en cualquier momento son echados porque la propiedad ya es de otro dueño.
Por otra parte, urge revisar la seguridad alimenticia y los planes y políticas gubernamentales que quieren implementar. El pequeño comercio de legumbres, hortalizas y frutas, que antes se disponía de manera segura, hoy, poco a poco, ya es cuento, ya que la producción del agro cada vez es más pequeña; pocos son los que permanecen con este tipo de vida; los campesinos en su mayoría se vienen a la ciudad, masificando el ejército de desocupados y ampliando la barrera de la pobreza; nadie dice nada, los políticos como siempre ¡bien gracias!
A nadie le interesa la producción de alimento. Antes, de los alrededores de Sucre, proveían las legumbres, hortalizas y frutas; ahora esa seguridad alimentaria se perdió en un 75%, y sólo queda el añorar los aromas de nuestra frutas naturales; los sabores y variedades según las zonas de producción, y las tradicionales comidas hechas con estos productos, que le daban un sabor y olor característico a la mesa chuquisaqueña. Cómo añoramos los locotos picantes del valle, los choclos de Yotala, Ñucchu, Cachimayu y sus alrededores, el dulce de guayaba del Chaco, las paltas de Tejawasi, el pacay del Limonal, el salpicón con las lechugas, acelgas y zanahorias de los Calvo, la leche de los Kcala Peredo, las manzanas de Charobamba del Bebé Ramírez, y la carne de vaca, cordero y pollo criollos.
Ya no es igual el kellu de doña Berta de la calle Junín, el picante de pollo de doña Alberta de la calle Marzana, el puchero y la sajta de doña Juanita de la plazuela de San Roque, o las sullkas y sus mixtos del Che Ratón de la calle Berdecio; las comidas del Cuchillo, las del Triángulo y otras que con sólo evocarlas se me hace agüita la boca.
Respetuosamente les pido a aquellos que hacen de su vida un negocio, no maten nuestras tradiciones culinarias, dejen que esos campos nos sigan proveyendo de alimentos; produciendo lo que es nuestro; porque lo que tenemos ahora en los mercados, son los productos de importación; los cuales no tienen ni olor ni sabor como decía mi abuelita Carmen.
Y la pregunta que queda sin responder ¿quién surtirá de productos alimenticios del campo cuando ya no se pueda importar por falta de divisas y las condiciones económicas del país cambien?
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