SURAZO
Don Joaquín y la degradación del blanco
Don Joaquín y la degradación del blanco
Juan José Toro Montoya.- Lo que más me llamó la atención de los artículos de Oscar Díaz sobre Joaquín Gantier fue la alusión al color de la piel. “No muchos saben que en algún momento fue el ‘negro’, el ‘llockalla bastardo’, el ‘ilegítimo’ para la alta sociedad de su época”, escribió en su columna semanal y en la nota publicada en la revista “Ecos” incluye este testimonio de su hijo Gonzalo: “los citadinos de tez blanca ‘valían’ más que los morenos porque se sentían pertenecer a una casta o clase social superior. Blancos que descendían de europeos conquistadores. Blancos (y blancoides) que, habitando Bolivia, creían pertenecer a Europa”.
En las dos ocasiones que estuve frente a Joaquín Gantier Valda no pude advertir pigmentación oscura en su piel. Quizás yo lo veía “blanco” porque mi piel era más morena que la suya y, por tanto, notaba inconscientemente la diferencia.
Y sea inconscientemente o no, lo cierto es que en Bolivia se le da mucha importancia al color de la piel. Recuérdese que, hasta hace poco, el detalle era incorporado nada menos que en las partidas de nacimiento. Si el oficial del anteriormente conocido como Registro Civil (hoy Registro Cívico) advertía que el niño a ser inscrito tenía la piel más o menos blanca, lo anotaba como perteneciente a esa raza. Si notaba rasgos indígenas en él, anotaba “mestizo”. Son cientos los testimonios sobre padres indignados que hacían corregir la partida cuando advertían que se anotaba el adjetivo “indio”.
La notoria predilección por la pertenencia a la supuesta raza blanca se notaba en todos los niveles, desde el simple señalamiento de la persona hasta su admisión en ciertas instituciones como el Colegio Militar o la Academia de Policías. Todavía hoy es posible escuchar que un niño es más bonito que otro porque “es choquito” o la admiración que parecen provocar los ojos claros a los que se considera mejores que los oscuros. Más aún, en el vocabulario popular todavía están vigentes dos palabras, “gente bien”, para diferenciar a algunos individuos de otros, sea por cuestiones morales, económicas o del color de la piel. La ley 045, destinada a combatir el racismo y toda forma de discriminación, sanciona ese tipo de conductas pero, si bien ahora se admite (o finge admitir) a cualquier persona en entidades que antes cuestionaban apellidos y color de la piel, no se ha avanzado mucho en la mentalidad discriminatoria de los bolivianos que todavía ensalzamos a los “rubiecitos”, a los supuestos descendientes de españoles, sin mezcla racial.
¿Pero es que, a estas alturas del siglo XXI, todavía creemos en la pureza de la raza, sea blanca o india?
La conquista española estuvo aparejada con la mezcla racial porque fue poco menos que imposible evitarla. Incluso el conquistador principal, Francisco Pizarro, tuvo tres mujeres conocidas públicamente como tales: Azarpay, hija de Huayna Capaj; Kispe Sisa y Cusirimay Ojllu, la viuda de Atahuallpa. Quienes se crean descendientes de Pizarro quizás ignoran a sus abuelas indias porque todas asumieron nombres españoles: Azarpay se convirtió en doña Juana, Kispe Sisa fue doña Inés y Cusirimay Ojllu se transformó en doña Angelina.
Por efectos de la mezcla racial, no existen blancos, indios ni negros en Bolivia. Todos somos mestizos.
|