SURAZO
La degradación del blanco
La degradación del blanco
Juan José Toro Montoya.- Apenas este mes, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, tuvo que salir al frente de los ataques racistas sufridos por el árbitro Marcio Chagas da Silva y el futbolista Arouca quienes recibieron insultos directamente vinculados con el color de su piel. “Mono”, le gritaron a Arouca en un partido y el juez encontró su carro golpeado, rayado y con cáscaras de banano tiradas encima.
Comparar a las personas de rasgos negroides con simios ha sido una constante de las culturas caucásicas que consiguieron conquistar territorios de África y América. El racismo, basado fundamentalmente en el color de la piel, es uno de los virus de la historia de la humanidad ya que provocó invasiones, guerras y esclavitud. Recuérdese que la inexistente supremacía de la raza aria fue una de las bases del nazismo y causa de la mayoría de las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial.
La teoría de la supremacía blanca se basaba en los descubrimientos desatados luego de los viajes de Colón pero las diferenciaciones entre culturas son tan antiguas como la humanidad misma. Desde que comenzó a constituir sociedades medianamente organizadas, el ser humano se encargó de marcar sus diferencias y la más visible era el color de la piel.
Las diferenciaciones, empero, no se limitan a las culturas con integrantes de piel blanca sino que se extienden a todas. En la América colonial, el español, de piel generalmente blanca, se consideraba por encima de los integrantes de otros grupos y los despreciaba. Despreciado por el español, el indio despreciaba a mestizos y negros y estos últimos se despreciaban entre sí. Debido a su secular sometimiento, que lo había degradado al nivel de esclavo, el negro estaba en el último peldaño de aquella sociedad clasista.
Es difícil imaginar la cara que pondrían las racistas coloniales al saber que las teorías que esgrimieron, y en las que creyeron hasta su muerte, estaban todas erradas.
Lo primero que notaron los científicos fueron las semejanzas entre los embriones de especies tan disímiles como peces, roedores, aves y humanos. Se parecen no sólo físicamente en esa etapa prenatal sino que tienen el mismo sistema nervioso dorsal, la faringe cribada y la cola post anal. Si seres vivos tan diferentes podían tener un origen parecido, ¿por qué no los seres humanos? Y, aunque tuvo que pasar algún tiempo, la genética confirmó todas las sospechas sobre el origen único de las personas.
Por eso, hoy ya no se puede hablar de razas sino de genotipos; es decir, de clases de la que se es miembro según el estado de los factores hereditarios internos de un organismo, sus genes y, por extensión, su genoma. Las diferencias en la apariencia se explican por otro tipo de definición: el fenotipo.
Más aún, la ciencia también ha confirmado que los seres humanos procedemos de un solo genotipo, uno que surgió en un determinado punto del planeta y luego se extendió a Asia y Europa de donde se expandió al resto de los continentes. Un estudio de la Universidad de Cambridge determinó que ese lugar está en el África subsahariana donde el homo erectus pasó a homo sapiens y hace unos 55.000 años comenzó a migrar a otros lugares. En su proceso evolutivo, fue cambiando al alejarse de su lugar de origen. Su piel se aclaró o, en términos de colores, se degradó.
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