Pecadora y santa
Pecadora y santa
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Hoy, segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia se llena de gran alegría por la elevación a la gloria de los santos al Papa Juan Pablo II, ahora san Juan Pablo, y también del Papa Juan XXIII. Ojalá que ahora nos pongamos a conocer las enseñanzas de estos santos, especialmente de san Juan Pablo II.
La Iglesia, al igual que hizo Jesús, anuncia el perdón de los pecados. Los dos nuevos santos han mostrado siempre el rostro misericordioso de Dios manifestado de manera grandiosa en Cristo Jesús. El perdonar o retener los pecados no puede ser un juego caprichoso de la Iglesia. El pecado es retenido al que no quiere cambiar o dejar el pecado. La Iglesia al no poder dar el perdón, sufre por ello, como una madre también sufre al reprender a su hijo al no poder dar el abrazo que le tiene preparado, porque el hijo no quiere volver a su casa. El papa Francisco ha hecho un llamado a recibir el sacramento de la penitencia.
La Iglesia es santa y pecadora porque la formamos todos los bautizados que somos pecadores; ella perdona porque ha sido perdonada. La Iglesia tiene el distintivo del amor mutuo. De perdonar siempre. San Juan Pablo II decía: “El mundo necesita mucho más de la misericordia que de la justicia”.
La Iglesia recibió después de la Resurrección de Cristo el precioso don del Espíritu Santo y con él, el perdón de perdonar los pecados. El pecado es muerte para la persona y el espíritu es vida. El Resucitado, Cristo, está lleno de nueva vida, la vida gloriosa, y quiere que nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Los apóstoles sentían que el Señor les había perdonado el gran pecado de la falta de fe, y a ellos les dio el poder de absolver o retener los pecados.
La aparición de Jesucristo el día de Pascua y nuevamente a los ocho días, dio seguridad y confianza en la divina misericordia de Dios a los apóstoles. San Pedro apóstol lo expresa admirablemente: “No han visto a Jesucristo, y lo aman; no lo ven y creen en él, y se alegran con gozo inefable y transfigurado”.
La comunidad primitiva de los cristianos presentada por el apóstol Pedro está adornada de optimismo, nacimiento nuevo, alegría, esperanza, resurrección; todo ello da fuerza hacia conseguir la salvación que el Viviente nos ofrece con su resurrección. La comunidad cristiana es un espejo para mirarnos y examinarnos. La Iglesia de hoy debe mirarse en las primeras comunidades cristianas que nos muestra el evangelista Lucas en el libro de los Hechos.
Las primeras comunidades cristianas eran fieles en participar el domingo en la fracción del pan, o sea, en la eucaristía o misa. La reunión dominical se hace para celebrar y participar en el memorial de la Pascua que Cristo nos ha dejado como testamento y como mandato: “Hagan esto en memoria mía”. Cada domingo debe ser Pascua como lo era para los cristianos de la primitiva Iglesia; cada domingo es Día del Señor.
Hoy, el evangelio da una catequesis sobre el domingo cristiano. La primera y segunda aparición de Cristo resucitado es en domingo, o sea, el primer día de la semana, y esto apunta a la marcha incesante; semana tras semana vamos hacia la plenitud de los tiempos.
San Juan Pablo II escribió una carta hermosísima titulada “DIES DOMIMI”, día del Señor, en la que nos exhorta a revalorizar la importancia del día domingo tan descuidado por millones de cristianos, dando una gran importancia a la celebración de la eucaristía en el domingo. El domingo es un día muy significativo que nos reúne en torno al altar de Cristo resucitado, él nos ha dicho que “donde dos o tres se reúnen en su nombre, allí está él”.
Los valores esenciales del domingo están en los datos que nos da la Palabra de Dios especialmente el Nuevo Testamento.
• Es el día en que celebramos la resurrección del Señor, el día de la victoria pascual de Cristo.
• Es el día de la comunidad cristiana: los que creen en Cristo resucitado se congregan el domingo para sentir y vivir la presencia del Resucitado.
• La presencia del Señor está también en la proclamación de la Palabra, pues Dios nos habla a través de la palabra proclamada.
En el domingo también recordamos el sacrificio de la cruz, la Pasión del Señor Jesús por nuestra salvación. El apóstol Pablo nos dice: “Cada vez que comen este pan y beben este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que vengan” (1Cor 11,26).
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