Domingo, 4 de mayo de 2014
 
La buena noticia

La buena noticia

Mons. Jesús Pérez Rodríguez O.F.M.

Continúa el tiempo pascual; nos quedan cinco semanas más. Con el tono festivo propio de este tiempo, se sigue dándonos a conocer los primeros pasos de la Iglesia nacida del corazón traspasado en la Cruz y vuelto a la vida con su Resurrección.
San Lucas es quien en el libro de los Hechos nos revela las manifestaciones de Jesús resucitado y, en este domingo, nos presenta el discurso de Pedro el día de Pentecostés, el primero de los cinco discursos. De aquella valiente predicación nacieron unos tres mil cristianos, personas que recibieron la Buena Noticia. Todos ellos se convirtieron ante las palabras de Pedro: “Al que mataron en una cruz, Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte”.
También es el evangelista Lucas quien nos narra el encuentro de Jesús con dos de sus discípulos, los discípulos de Emaús, quienes iban desde Jerusalén a Emaús y vueltos de Emaús a Jerusalén con la Buena Noticia de la Resurrección. Fueron tristes y volvieron gozosos con los ojos abiertos a las Escrituras y con el corazón lleno del ardor que les había infundido Cristo Resucitado
Jesús, el Viviente, ha salido al encuentro de los discípulos sin esperanza, dialogó con ellos y les explicó las Escrituras y le reconocieron al partir el pan. ¡Qué maravillas no haría Cristo con nosotros si conociéramos las sagradas Escrituras, si aceptáramos beber en sus fuentes y cómo animaría nuestras vidas para ser discípulos misioneros!
A través de las lecturas, oraciones y cantos, la liturgia quiere entusiasmarnos con el triunfo del Resucitado porque su triunfo es nuestro triunfo: “Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.
Jesús se hace conocer por sus discípulos en el partir el pan, “en la fracción del pan”, o sea, en la eucaristía. La eucaristía tiene como primera parte la celebración de la Palabra. Debiéramos dar la importancia necesaria a la parte de la celebración de la Palabra llegando a tiempo a nuestras celebraciones y poniendo todo empeño en su celebración, arderíamos en el conocimiento de las Escrituras y ofreceríamos ardorosamente el cuerpo de Cristo ofrecido en la cruz.
Hoy es un domingo para preguntarnos como bautizados, ¿dónde reconocemos a Cristo presente en medio de nosotros? Los discípulos tuvieron sus crisis de fe. Lo expresan estas palabras: “Nosotros esperábamos que sería él que iba a liberar a Israel, pero, con estas cosas, llevamos tres días que pasó todo esto”. Estos discípulos habían abandonado a los otros, habían dejado a los otros apóstoles. Hoy como entonces algunos creen que abandonando a los hermanos, a la Iglesia y pasando a otra, van a superar las dificultades que encuentran en la fe o en la caridad. A los hermanos no se les abandona, sobre todo, cuando estamos en problemas o momentos de desorientación.
Los cristianos de todos los tiempos estamos sujetos a días de eclipse en la fe. Necesitaron los discípulos de los primeros siglos y también lo necesitamos los de hoy: ser animados y fortalecidos en la fe; especialmente en esta hora de la Misión Permanente, llamados todos a compartir la fe. Nos es necesario un mayor entusiasmo en el seguimiento de Cristo, en su presencia viva en la Iglesia y en cada uno, que nos anime a ser entusiastas testigos de Jesús que vive en medio de nosotros, especialmente en nuestras celebraciones de la Eucaristía y en todos los sacramentos.
El Señor sigue explicando las Escrituras en nuestras celebraciones de la Eucaristía. Pues como dice el Vaticano II, cuando se proclaman las lecturas bíblicas, el Señor nos habla, se hace presente, aunque no lo veamos ni lo oigamos. Es el mismo Señor quien se comunica, porque es la Palabra viva de Dios.
Nos es muy necesario reconocer a Cristo en la celebración de la Palabra y también en medio de la comunidad que se reúne en su nombre, como escucharon los discípulos de Emaús la Buena Noticia: “Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Reconocer a Jesús en la “fracción del pan”, este era el nombre que se daba a la misa o eucaristía en los primeros siglos del cristianismo.
Cuando caminamos hacia la celebración de los congresos eucarísticos en las diócesis de Bolivia en este año 2014 y hacia la celebración del Congreso Eucarístico Nacional, en julio de 2015, en Tarija, nos es muy conveniente recordar que la Eucaristía para los cristianos es el “centro y culmen de la vida cristiana”. Sin eucaristía no hay vida cristiana auténtica.
La Eucaristía es el sacramento por excelencia de nuestra fe. No hay milagros visibles en la Eucaristía. Pero sí, está el gran milagro de la transustanciación y siempre se nos ofrece un encuentro con la Palabra y con Cristo hecho pan de vida. Pan partido para nuestra salvación. Estos milagros maravillosos sólo pueden apreciarse desde la visión de la fe. Esto nos tiene que hacer recordar que en la comunidad reunida está el primer sacramento de la presencia de Cristo. ¿Creemos en la presencia viva de Cristo, resucitado de entre los muertos, en medio de la comunidad reunida?