TAL COMO LO VEO
La cultura del ocio
La cultura del ocio
Waldo Peña Cazas.- Aún en medio de la miseria, algunos bolivianos acumulan bastante dinero, unos con el sudor de la frente, otros gracias a la Diosa Fortuna y los más con ofrendas a la Diosa Blanca o robando al Estado. Así, poco a poco conforman una nueva clase emergente, con estatus distinto al de sus ancestros.: pero, aunque la economía se lo permite, no cambian sus rústicos usos y sus groseros gustos ni siquiera en la segunda generación, pues el poder no da el gusto necesario para usar bien el dinero. En el mejor de los casos, compran un chalet, dos o tres vehículos y pasan vacaciones en Miami, sin invertir su dinero en el ocio creativo, formativo y cultural. Sufren en el trabajo y bailar rock es el máximo refinamiento a que pueden llegar en sus momentos de ocio.
Se me reirán en la cara; pero a mí me gusta trabajar; y mi gran secreto no requiere ingredientes ni fórmulas, sino convicciones: disfruto mi rutina laboral haciendo las cosas al revés de lo usual, o sea que no separo las esferas del trabajo y de la diversión, y más bien las concilio. Mi trabajo es escribir, y rajándoles el cuero a políticos mañosos justifico mi salario, me divierto y encuentro un escape para no acumular bilis. Es, además, terapéutico.
Si me las pasara dramatizando la escena política acabaría loco idiotizado, y exprimiendo inútilmente los sesos frente al teclado llegaría un momento en que me sentiría parte del software, con el cerebro más duro que el disco ídem de la computadora. Pero he comprendido que no debo hacer lo que hace un mortal común, esclavo de la lógica: polarizar los campos de la diversión y del trabajo y buscar un escape en alguna forma insípida de consumismo. No quiero encasillarme saliendo con mis amigotes a tirar unas canas al aire al estilo de este Tercer Mundo donde también la cultura del ocio es subdesarrollada.
Las clases medias buscan un escape ocasional al trabajo o a la tiranía conyugal con un cambio de ritmo que dé algún desahogo; pero su escapismo acaba casi siempre en frustración, porque conduce a actividades propias de niveles de vida más altos, fuera de su realidad económica y social. Si dejan de jugar cacho, copian lo más grosero de otras clases, pueblos o naciones. Es una burda cuestión de economía: con más dinero, la cantina reemplaza a la chichería y, si hay más, van a la whiskería o a la discoteca, donde también imitan lo más superficial de Miami, capital mental y espiritual de todos los “yankillockallas” latinoamericanos. Es una juerga, de todos modos, y creen que se están divirtiendo; pero están trabajando para ascender socialmente. El problema está en que, en Miami, en Cochabamba o en la Cochinchina, la gente hace del ocio alguna forma de consumo, siguiendo las presiones del entorno inmediato en que vive y del círculo social al que aspira.
En todo el mundo, la cultura del ocio está condicionada a la moda, y por tanto a la economía; pero revela siempre la dimensión mental, espiritual y estética del hombre. Es también una cuestión de opciones, y en Bolivia tenemos muy pocas. Por eso, muchas veces prefiero quedarme en casa para leer un libro o para darle a la computadora, rajándoles el cuero el cuero a los salvadores de la patria. No es un trabajo bien pagado; pero es divertido y terapéutico.
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