EDITORIAL
Una lección que no debemos olvidar
Una lección que no debemos olvidar
Un día como hoy, hace 34 años, el 17 de julio de 1980, fue también jueves. Fue una jornada que, a pesar del tiempo transcurrido, no puede ni debe ser olvidada pues fue una de las más funestas de nuestra historia republicana. Ese día, los peores factores que intervienen en la vida nacional confluyeron en un solo acto. La estrechez de miras de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad boliviana, las organizaciones mafiosas pioneras en el negocio del narcotráfico, los afanes hegemónicos de militares inspirados en la dictadura argentina y sus métodos, y el servilismo de algunos políticos civiles que en su afán de ascender al poder perdieron todo escrúpulo, se unieron para asestar un feroz golpe de Estado contra la naciente democracia.
Es importante mantener vivo en la memoria ese episodio de nuestra historia por muchas razones. Una de ellas es que el contraste entre esas épocas y las actuales sirve para valorar todo lo bueno que los bolivianos hemos logrado construir desde entonces. El haber logrado que el golpe del 17 de julio de 1980 haya sido el último de nuestra historia, y que durante los 34 años transcurridos desde entonces no haya habido más retrocesos en el camino que conduce a la consolidación de la democracia es un logro colectivo que debe ser reconocido en su justa dimensión.
Tan importante como lo anterior es que recordar experiencias históricas es la mejor manera de no reincidir en los errores que las hicieron posibles. No se debe olvidar que como a diario se puede ver en nuestro país, pero sobre todo en otras latitudes del planeta, los factores que dan lugar a desastrosos experimentos políticos, como lo fueron las dictaduras militares, están siempre latentes y pueden renacer, aunque bajo diferentes formas, al menor descuido de la sociedad y sus instituciones. El renovado protagonismo que las fuerzas militares están adquiriendo en algunos países de nuestra región y del mundo así lo confirma.
En nuestro caso, felizmente, la posibilidad de que las fuerzas militares vuelvan a ser protagonistas de la vida política nacional parece muy lejana. Es así porque durante los 34 últimos años se ha ido consolidando, a pesar de las dificultades e imperfecciones, una institucionalidad democrática sólidamente asentada sobre una cultura política colectiva incompatible con cualquier tentación dictatorial.
No es menos cierto, sin embargo, que nunca dejan de estar presentes, aunque a veces pasen inadvertidas, las fuerzas que se inclinan por los medios autoritarios de ejercicio del poder y ven en las formas e instituciones democráticas un obstáculo incómodo al que quisieran retirar de su camino. Es necesario, por eso, que fechas como la que hoy se conmemora sirvan para reafirmar el compromiso con los principios y valores sobre los que se sostiene la democracia, lo que sólo puede hacerse mediante la permanente defensa de las libertades ciudadanas, de los derechos humanos, la vigilancia sobre los actos de los gobernantes y la severidad para evitar que caigan en la tentación de cruzar los límites que les impone el Estado de Derecho.
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