SIN PELOS EN LA LENGUA
¿Somos una sociedad líquida?
¿Somos una sociedad líquida?
Mónica Olmos Campos.- Es posible que con sus reflexiones sobre la modernidad líquida, el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, explique tantas situaciones que hace tiempo inquietan mi alma más que mi mente.
Hace unos días, un hecho de la cotidianidad me convocó a buscar –con notable desesperación– algo que me explicara lo difícil que se ha hecho convivir. No podía estacionar, tampoco quedarme en doble fila. Mandé a mi hijo mayor a buscar a sus hermanos mientras yo aguardaba en el auto. Inmediatamente una señorita con chaleco naranja me dijo que tenía que retirarme. “No puedo, pero ya me voy, debo recoger a mis hijos”, respondí. “Ése es su problema, muévase”, me ordenó. Me agredió y agredí. Fuimos incapaces de dialogar y entendernos.
“El ser humano está perdiendo las habilidades de convivencia porque siente que la felicidad es un deseo individual y ya no una aspiración del conjunto del género humano; se siente más seguro solo que en sociedad”, dice Bauman.
En este tiempo en el que los atracos, secuestros y violaciones hacen parte del diario, el “no hables con extraños ni hagas caso ni te acerques a nadie” se ha convertido en la recomendación de rigor. Lo triste es que si estas recomendaciones antes eran ley para los niños, hoy también lo son para los adultos, afirma el autor. Todas las mañanas en el gimnasio, el banco, la tienda, constato la perfección con la que acatamos esa individualidad segura: nadie te saluda y a nadie saludas como si estuvieras solo en un mundo donde habitan muchos solos más.
Hemos confundido y nos hemos confundido con aquello de querer ser hombres y mujeres libres; ansiamos tanto nuestra libertad que casi hemos olvidado nuestra cualidad de seres sociales, aquella que nos ubica en un colectivo humano y nos obliga moralmente a preocuparnos por quienes están alrededor nuestro.
La vida, nuestra vida encuentra sentido en el consumismo. Para Bauman, la nueva estética del consumo es aquella donde nunca son suficientes todos los esfuerzos y a quien se le debe muchas frustraciones. El creer que nuestra felicidad está en un banco –en lo macro– se traduce en la imagen de un Estado próspero. No es casualidad que oficialistas y opositores coincidan en prometernos bonanza: empleos y bonos, empresas y negocios, productividad e industrialización son lo central de las campañas porque mientras haya mucho para comer, vestir y consumir finalmente, habrá un Estado capaz de otorgar seguridad y felicidad a un pueblo siempre en (aparente) carencia.
¿Y la cultura? “Ya no son tiempos del arte elevado o de contemplar con desprecio lo común”, dice Bauman para quien la nueva elite cultural está tan ocupada siguiendo hits y otros eventos culturales célebres que no tiene la capacidad de discernir entre el mundo real y el ficcionado por Hollywood. Hoy sufrimos más por la muerte de un actor que por la de cientos de palestinos y decenas de israelíes.
Es la sociedad líquida que perfila a un individuo sin identidad fija y voluble cuyas virtudes descansan en la maleabilidad y tibieza. Un día se es de izquierda y al otro de derecha; flexibilidad y fluidez que permiten adaptarnos a un mundo que cambia tantas veces como seamos capaces de acomodarnos a él.
Son tiempos de los “movimientos indígenas, del feminismo, de la lucha arcaica en medio oriente, de las TIC y redes sociales”, asegura el pensador para quien ni siquiera el tiempo y el espacio coinciden. Hoy, un click conquista instantáneamente el espacio y nos extravía entre lo real y lo creado, o lo que es lo mismo, entre el ser y el parecer.
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