COLUMNA VERTEBRAL
Titicaca, el Basurero Sagrado
Titicaca, el Basurero Sagrado
Carlos D. Mesa Gisbert.- Una de las tantas incongruencias que vivimos cotidianamente es la dramática contradicción entre aquello que afirmamos con una convicción tal que parece encarnada en nuestros cuerpos y los hechos brutales que la desmienten de modo patético.
El lago Titicaca es quizás uno de los mejores ejemplos de esta incongruencia. Orgullo nacional por su particular belleza paisajistica, reputado de ser cuna de las mayores culturas de los Andes, particularmente Tiwanaku e Inca, considerado por nuestros ancestros como un espacio sagrado en el que se tejieron las más sobrecogedoras y bellas leyendas y mitos andinos. Ha sido comparado no sin razón con el mar Mediterráneo como crisol del desarrollo político, social y económico del fascinante mundo prehispánico. El Lago, que duda cabe, es además el sostén de un complejo entramado ambiental, un ecosistema, que permite que toda la región circundante desarrolle una privilegiada productividad agropecuaria, contenga una determinada humedad y garantice un círculo biológico especialmente importante pero a la vez, muy frágil.
Todo esto, evidente, incontrastable, poco o nada tiene que ver con el absoluto desprecio que mostramos los habitantes de su área de influencia por el gigantesco espejo de agua relegado a la retórica literaria, mientras lo agredimos cotidianamente sin piedad.
El crecimiento exponencial del área urbana El Alto-Viacha en Bolivia y de Puno y Juliaca en Perú, esta generando una presión de contaminación que pone en serio riesgo la vida en su espejo de agua. Se trata de descargas residuales de contaminación orgánica producida por casi un millón y medio de personas en ambos países, más la de los animales domésticos, más la contaminación de residuos minerales y de otros orígenes a través de diversos ríos (más e una veintena alimentan al lago), que están generando serios problemas en toda su superficie y de salud pública en lugares específicos, el más emblemático y el que marca el grado de nuestra irresponsabilidad, la bahía de Cohana convertida literalmente en una gigantesca cloaca.
El proceso creciente de perdida de oxígeno del agua en virtud de la llamada eutrofizacion, produce fenómenos como el de las lentejas de agua que cubren completamente vastas superficies y hacen cada vez más complicado el desplazamiento en esas zonas atacadas por la lenteja, pero lo que es más grave, hacen imposible la vida en las profundidades.
El caso de El Alto-Viacha tiene características de catástrofe ambiental dada la inmensa población que descarga sus detritus en Cohana. A estas alturas está claro que el esfuerzo de un municipio es insuficiente, se trata de una obligación de Estado, o para decirlo mejor, de estados. Tanto Bolivia como Perú tienen una responsabilidad compartida ante la situación que se presenta. La urgente necesidad de desarrollar un plan estratégico de tratamiento de aguas en la magnitud requerida, los espacios para tratamiento de residuos sólidos, la necesidad de establecer políticas de largo plazo para la recuperación de áreas cuyo nivel de contaminación hacen muy difícil una estabilización por procesos naturales, son desafíos que no resuelven con un lema: Suma Qamaña.
Para quien vaya a Copacabana con la ilusión de disfrutar el espectacular paisaje lacustre, el impacto brutal de la mugre, los malos olores, la falta de elemental educación ciudadana y los graves riesgos de que con sólo meter los pies en el agua se contraiga alguna infección cutánea, destruyen cualquier ilusión de que el santuario-playa llene nuestros espíritus y los de los turistas de otra sensación que no sea el desasosiego.
Hace pocos días ha muerto ese gran amante del Titicaca que fue Julio Sanjines Goytia, quien soñó siempre con una entidad binacional capaz de administrar con sabiduría y dedicación nuestro tesoro lacustre. De hecho, existe la estructura binacional del Lago que tanto tiene que ver con los desvelos de Sanjines, pero, tal como están las cosas, lejos de estar en condiciones de afrontar las tareas del presente. Carece del presupuesto adecuado, pero sobre todo carece de la voluntad política real de hacer de ella la palanca rectora de un diseño binacional para salvar este patrimonio de los Andes y de la humanidad. Por ello, es imprescindible darle a la administración binacional del lago no sólo prioridad, sino una expresa voluntad política que transforme las bellas palabras sobre la armonía entre seres humanos y naturaleza en algo con verdadero contenido. Eso obliga a trabajar en tres niveles, Estado central, gobernación y municipios, integrando un plan ambiental, un plan de preservación arqueológica y cultural (a ver si en ese plan se incorpora Tiwanaku , otra de las vergüenzas nacionales de la desidia y la pésima administración), y por supuesto un proyecto de preservación y recuperación de flora y fauna nativas.
Hoy más que nunca, por razones obvias de símbolo y discurso, el Titicaca debiera ser la niña mimada de la administración gubernamental, pero no lo es. Hoy más que nunca se pone a la vista de bolivianos, peruanos y extranjeros, cuanta hipocresía hay entre nuestros discursos y nuestros hechos, y cuán falso es aquello de la complementariedad y el respeto profundo a la naturaleza de nuestros pueblos que en situaciones como esta no aparece por ninguna parte
Digamoslo con todas sus letras, el Lago Titicaca de dónde, cómo cuenta la leyenda, salieron Manco Kapaj y Mama Ocllo para fundar el mayor imperio de América del Sur, no es más el Lago Sagrado, sino un inmenso basurero.
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