Domingo, 7 de septiembre de 2014
 

TAL COMO LO VEO

La popularidad de los candidatos

La popularidad de los candidatos

Waldo Peña Cazas.- Las encuestas – incluidas las auspiciadas por la oposición – anticipan el triunfo del MAS en las próximas elecciones, y hasta los viejos líderes están resignados a conseguir solo las migajas del gran banquete democrático. Pero recordemos la historia reciente: no hace mucho, el barómetro mundial que mide las tendencias sociales y el pulso de la opinión pública, asignaban a Bolivia puestos bien o mal ganados en el ranking mundial de pobreza, corrupción, analfabetismo, morbilidad, mortalidad y otras cosas feas. Como yapa, una encuesta puso al entones Presidente Sánchez de Lozada entre los dos mandatarios con la peor imagen en esta parte del mundo. Era lógico esperar un fracaso sus pretensiones continuistas, pues se le identificó como el candidato más impopular y los sondeos anticiparon un rechazo del 75% del electorado, pues se identificó a Sánchez de Lozada como al candidato más impopular, con un 75% de rechazo en el electorado. Pero los expertos no contaban con la astucia de Goni: como por arte de birlibirloque se las arregló para convertirse en campeón de la carrera electoral y en Presidente reelecto. Si bien todo gobernante sufre un inevitable desgaste en el ejercicio del poder, ni el prestigio ni el desprestigio de los candidatos tiene mucho que ver con su éxito o con su fracaso.

Por eso se dice que “los pueblos tienen los gobernantes que merecen”, olvidando que los mecanismos idóneos para acceder al poder están fuera del control popular. Gracias a las hazañas de políticos indecentes, disputamos año tras año el título de campeones mundiales de la corrupción; pero, ¿acaso Alemania es un país criminal debido a la locura de Hitler? ¿Vamos a juzgar a todo el pueblo estadounidense por la insensatez de los Bush, padre e hijo? Los gobernantes no son elegidos por el pueblo, sino por sistemas electorales amañados. ¿Cómo, de otro modo, papá Bush habría gobernado la mayor potencia mundial de la historia, y aún tendría el poder, hijito mediante?

Pongamos, pues, las cosas en su lugar: no es que seamos los más corruptos o que los vicios de nuestros gobernantes reflejen el carácter nacional. Los pueblos son una suma de individuos con personalidad y carácter más o menos similares; pero en toda sociedad hay gente virtuosa y gente viciosa. Quizá, sí, seamos los más engañados, porque nos dejamos engatusar y nos engañamos a nosotros mismos. Quizá la mayor culpa de éste y de todos los pueblos sea no poner freno a los políticos que diseñan sistemas perfectos para medrar “ad perpetuam rei memoriam”.
Ni en el amor ni en la política se comete un delito por elegir a la persona equivocada. Escogemos malos cónyuges o amantes tan fácilmente como elegimos malos gobernantes; pero esa es una de las tantas estupideces que estamos condenados a cometer por nuestra propia imperfección. En la política, como en el amor, hay posturas, imposturas, engaños y desengaños, pues en ambos casos los ingredientes básicos para la conquista son la demagogia, la deslealtad y la traición; pero así como no es pérfido quien confía en una pérfida, tampoco es corrupto quien elige gobernantes corruptos. Hombres sesudos pierden la chaveta por una pizpireta de cabeza hueca, y pueblos civilizados se convierten en criminales siguiendo a salvajes como Hitler. Lo peor es que amantes y pueblos engañados se aferran a una ilusión perdida, negándose a aceptar que han entregado su corazón a amantes desleales o a políticos bellacos.
Pero los errores pueden ser peores que los delitos, y hay que saber distinguir lo uno de lo otro, pues casi siempre justos pagan por pecadores.