EDITORIAL
Las cárceles, un drama de nunca acabar
Las cárceles, un drama de nunca acabar
Dados los antecedentes del caso, sólo cabe esperar que los próximos capítulos del drama carcelario no sean aún más sangrientos que los vistos hasta ahora
Hace más de un año, cuando en la cárcel “de máxima seguridad” de Palmasola, en Santa Cruz, se produjo una brutal matanza como consecuencia de enfrentamientos entre diferentes bandos de reclusos que se disputaban el control del recinto y de los multimillonarios negocios que desde ahí se controlan, se encendió una pequeña luz de esperanza en la posibilidad de que tal experiencia por fin serviría para provocar un radical cambio en la política carcelaria nacional.
Poco duraron esas esperanzas pues poco tiempo fue suficiente para constatar que nada había cambiado. Y la notable persistencia de los viejos vicios pudo ser fácilmente comprendida cuando quedó en evidencia la enorme diferencia entre el poder de las principales bandas de reclusos y la debilidad de su contraparte, la Policía Nacional. Así, la dramática experiencia de Palmasola sólo sirvió para despejar cualquier duda sobre la verdadera estructura de mando vigente en las cárceles de nuestro país.
Hace casi dos meses, exactamente lo mismo ocurrió en la cárcel de El Abra, en Cochabamba, donde cruentos enfrentamientos entre bandas rivales de reclusos, también motivados por el control del recinto, dieron similares resultados que en Palmasola. Y como para confirmar que la Policía Nacional ya ha perdido toda posibilidad de intervenir en el asunto, las noticias que a diario se conocen sobre el tema indican que la rendición de la institución ya es total. Sus mandos ya ni siquiera atinan a disimular su sometimiento y con creciente franqueza a impunidad los verdaderos gobernantes de la cárcel de El Abra dan muestras de su poder, de modo que quede clara la distribución de roles y se sepa bien quién manda y quién obedece.
En efecto, tal como los medios de comunicación informan a diario, ninguno de los factores causantes de las matanzas de Palmasola y El Abra ha sido modificado. Ni se ha hecho lo necesario para despojar de su poder a las organizaciones mafiosas que gobiernan los penales ni para dotar a quienes supuestamente los vigilan y controlan de los recursos necesarios para que cumplan su labor con alguna posibilidad de éxito.
El resultado de tal situación es el único que se podría esperar. Es que mientras los cabecillas de las organizaciones delictivas no dejan de dar a diario muestras de su poder, las instituciones representantes del Estado Plurinacional se mantienen en una especie de clandestinidad, negándose a informar sobre el estado actual de la confrontación de fuerzas.
En tales circunstancias, dados los antecedentes del tema y a juzgar por las informaciones relacionadas con el simulacro de investigación que se hace para evitar que se conozca la verdad, sólo cabe esperar que los próximos capítulos del drama carcelario nacional no sean aún más sangrientos que los vistos hasta ahora. (Reedición)
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