DE-LIRIOS
La Edad Media
La Edad Media
Rocío Estremadoiro Rioja.- No soy adepta a los dogmas y verdades absolutas. Es muy evidente nuestra pequeñez en un universo cuyas dimensiones apenas podemos concebir. Por eso, los planteamientos religiosos me saben a tanteos en tinieblas, no pudiendo trascender en algo mejor que en la invención de dioses a imagen y semejanza del hombre y con las consecuencias que ello implica, ya que, en suma, las religiones y en especial los monoteísmos que derivan de la matriz judeo-cristiana han hecho más daño que bien a la humanidad.
Lo paradójico es que en pleno siglo XXI continúe la reedición de lo peor del oscurantismo religioso. Hace poco en Irán, a nombre de cultos violentos, misóginos y autocráticos, fue condenada y asesinada una mujer que se atrevió a defenderse de un violador.
En Bolivia, se ha desatado tamaño escándalo debido al caso de unos jóvenes que adolecieron de histeria colectiva por jugar güija, fenómeno alimentado de la manera más burda por los medios de comunicación y por unos respetables sacerdotes que clamaron anunciando la presencia del “maligno” y por la necesidad de realizar exorcismos, una práctica tan absurda y retrógrada, que hasta la misma Iglesia Católica la tiene medio enterrada en la vergüenza. Lo único que faltaba es que, desde este contexto ridículo, un Viceministro comparara la mercantil fiesta de Halloween con ritos satánicos.
Lo terrible es cómo la población puede tragarse esta “telenovela” con un morbo que recuerda a la Edad Media, cuando el miedo, la ignorancia y el autoritarismo reinaban en la mentalidad del mísero microbio humano.
No obstante, los resabios de la estrechez religiosa no son lo único que denota un retorno al oscurantismo.
Imagínese, querido lector, esta escena: La Policía anuncia un simulacro de “seguridad ciudadana” en un barrio de Cochabamba y los noticieros difunden un largo reportaje en el que se ve a enardecidos vecinos, con antorchas en mano, persiguiendo a supuestos ladrones encabezados por la Policía. Al final, lugareños y policías, antes de proceder al “arresto” de los sospechosos, los “chicotean” a modo de “ejemplo”.
Es decir que para la institución policial (y los vecinos), la “seguridad ciudadana” es un adiestramiento para el linchamiento y donde las antorchas, a diferencia de las circunstancias medievales, no creo que sirvan para alumbrar el camino.
Otra escena igualmente reveladora: A nombre de una “campaña de prevención contra las drogas”, no faltan los “educadores” que piden que en las escuelas se “sienten precedentes”, solicitando el apersonamiento de los encargados del orden y ausculten los bolsillos, las ropas y las mochilas de los estudiantes en busca de sustancias ilícitas. Hasta donde sabemos, este tipo de acciones, además con la atenuante de que serían practicadas a menores de edad, son típicas de los “estados de excepción” en las dictaduras militares. Con aquello, estos “profesores”, ¿qué clase de personas quieren formar? ¿Se procura cebar ciudadanos acostumbrados desde pequeños al abuso de la “autoridad” y a la violación de sus derechos fundamentales?
La cereza de esta torta medieval es la compra de caballos para que las FF.AA. jueguen a las guerritas (o ¿alguien puede explicar para qué será?). Seguramente, como contamos con una cultura política y unas instituciones de la Edad Media, los aparatos represivos deben adecuarse a tal situación, sin escatimar los recursos económicos que se requieran. Después de todo, nada es demasiado costoso para “subir” la vapuleada “autoestima” boliviana.
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