Miércoles, 12 de noviembre de 2014
 

RESOLANA

Dime qué comes

Dime qué comes

Carmen Beatriz Ruiz.- "Con piedra y palo, cuchillo y cimitarra, con fuego y tambor avanzan los pueblos a la mesa. Los grandes continentes destruidos en mil banderas, en mil independencias. Y todo va a la mesa: el guerrero y la guerrera. Sobre la mesa del mundo, con todo el mundo a la mesa, volarán las palomas. Busquemos en el mundo la mesa feliz. Busquemos la mesa donde aprenda a comer el mundo. Donde aprenda a comer, a beber, a cantar ¡La mesa feliz!” (Pablo Neruda. Comiendo en Hungría. 1972).

Desde el principio de las sociedades primitivas las personas, las familias y todas las sociedades nos reunimos cotidianamente alrededor de los alimentos. Comer, cocina y hogar son, en cierto modo, gestos relacionados profundamente con la historia de la humanidad, como nos lo hace notar la antropóloga Beatriz Rossells cuando nos recuerda que “La palabra hogar tiene su origen en la hoguera alimentada a leño, en torno a la cual la extensa familia se reunía para cocinar, comer y departir”. El acto de comer ha significado, al mismo tiempo, necesidad y rituales. Y probablemente seguirá siendo así en los próximos siglos… si no acabamos con todo lo naturalmente comestible hasta entonces.

La cocina o preparación de los alimentos es infinita porque está íntimamente ligada a la cultura. Cocina y cultura, por tanto, van unidas, subsumidas, una dentro de la otra y, al mismo tiempo, son gestos culturales en permanente movimiento, desde lo que podría considerarse primitivo (cazar y comer carne cruda con las manos) hasta la más exagerada sofisticación (carpacho o sushi, que es también, en cierto modo, comer carne cruda pero en delgados filetes).
Si hace doscientos años Sor Juana Inés de la Cruz se quejaba del poco interés de la sociedad en los contenidos y hechos de la cocina, pese a la importancia que ésta tenía: “Si Aristóteles hubiera guisado mucho más hubiera escrito”, en el mundo actual cocinar y hablar de la cocina es signo de distinción, sobre todo para los hombres, quienes han entrado a lidiar con los fogones en son de conquista. Pero no es solo eso.
Más allá de las modas, de las necesidades y de los rituales, la humanidad no sobrevivirá sin alimentos. Pero tampoco es solo sobrevivencia. También se trata de negocios. Lo vimos el año 2009 con la escalada de precios de ciertos alimentos utilizados como commodities, es decir como inversión en materias primas tratadas como mercancías en flujos comerciales, tal cual ocurre con los granos, azúcar, aceites y carnes. Como se ve, todos son productos de los denominados de primera necesidad y, por tanto, importantes en la canasta familiar.
El alza de los alimentos puso de nuevo en la agenda el asunto de quiénes y de qué forma los producen, dando razón a las preocupaciones expresadas desde hace una década, al menos, por instituciones de desarrollo y organizaciones campesinas de la región sudamericana respecto a la escasa atención estatal a la función social que desempeñan las y los productores campesinos (también llamados pequeños productores o asimilados al concepto de agricultura familiar).
De hecho, la mayoría de los gobiernos respondieron a la crisis de los alimentos estabilizando (bajando, en realidad) los precios con medidas de emergencia destinadas a satisfacer a los consumidores. Las medidas estructurales que garanticen la función económica y social de los productores campesinos indígenas aún siguen en lista de espera.