Viernes, 23 de enero de 2015
 

ENTRE COLUMNAS

Estamos en pleno Carnaval

Estamos en pleno Carnaval

Rodolfo Mier Luzio.- Estamos a muy pocos días de recibir al Carnaval, la infaltable fiesta esperada en todos los rincones de nuestra patria, con características diferentes, fruto de las costumbres de cada región. En algunos lugares, el Carnaval es tan solo una manifestación popular donde la alegría desborda, asociada a la producción agrícola de la tierra, cuyos frutos sirven para preparar exquisitos platos de la gastronomía rural.
En otros lugares la fiesta, por sí misma, es el Carnaval y un excelente pretexto para dar rienda suelta al consumo de bebidas alcohólicas y a los bailes más populares de la región, camino abierto al amor; un canto a la belleza de sus mujeres y al trabajo fructífero de sus habitantes.
En el sud de Bolivia, en Tarija, el Carnaval es una fiesta de regocijo y de celebración; es una manera de ver la vida mediante la amistad, el compadrazgo y comadrazgo; es visitar el campo y esta es la principal característica del Carnaval chapaco, ya que no solamente se circunscribe al ámbito urbano. El Carnaval tarijeño es baile, a través de la rueda chapaca, donde todos comparten la danza, enlazados de la mano al ritmo de tonadas carnavaleras típicas de la región. Es la copla, una manera musical de conquista o de rechazo a quienes expresan sus sentimientos, ya sea a la pareja amada o al rival de turno, siempre en tono jocoso, típico de la picardía del tarijeño.
Pero también hay lugares donde la fiesta es más bien una manifestación religiosa y cultural de características singulares. El Carnaval de Oruro es una celebración religiosa y un proceso cultural de interculturalidad e intangibilidad que rebasa los 2000 años de antigüedad que, por medio de la tradición, la transmisión oral, la continuidad y la ritualidad llegó a constituirse en “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, nombrada por la UNESCO, capaz de generar manifestaciones culturales y de fe en distintos estratos sociales. La fiesta fue transformada en ritual cristiano, a la Virgen de la Candelaria (Virgen del Socavón) celebrada con devoción.
Así, los carnavales y los disfraces van juntos. Por eso, no podemos dejar de comentar el espectáculo montado en Tiwanacu, donde había trajes costosísimos con plaquetas de oro incluidas, y atuendos que no se ven habitualmente. Se conoce que el disfraz es usado para disimular la apariencia habitual de una persona. Dicho de otra manera, es el uso momentáneo de prendas de vestir con el propósito de evitar ser reconocido. Ningún habitante originario, quechua o aymara, utiliza trajes como los que usó el Presidente para ser posesionado y ungido como guía espiritual y supremo jefe descendiente de los Incas, sin ser quechua ni aymara, menos guaraní. Habría que realizar un análisis serio sobre este caso que se produce; nada más y nada menos que la posesión del Presidente de todos los bolivianos y no sólo de grupos étnicos de alguna nacionalidad boliviana, a la cual tampoco pertenece. Su apellido no es originario.
El Sr. Presidente del Estado Plurinacional tiene que darse cuenta que su representación como Presidente campesino originario ya no impresiona en el mundo, como cuando, por primera vez, sorprendió con un atuendo acorde a las ruinas de un lugar arqueológico tan importante como es Tiwanacu. Los rituales ancestrales ya no son practicados, sino muy esporádicamente y en pocos lugares del agro.
Lo que es del Carnaval, al Carnaval. Lo que es del Órgano Legislativo, a la Plaza Murillo.
Por lo menos...esa es mi opinión.