Viernes, 23 de enero de 2015
 

BARLAMENTOS

¿Es normal el asesinato?

¿Es normal el asesinato?

Winston Estremadoiro.- Lamenté la aseveración contemporizadora del Papa Francisco respecto a los crímenes parisinos por fanáticos religiosos, diciendo que “si el doctor Alberto Gasbarri (responsable de la organización de los viajes pontificios), dice una palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo… ¡Es normal!”. ¿Acaso no es ‘normal’ que un culito abombado incite a algo más que miradas furtivas?, quizá acotaría el alcalde mete-mano en Santa Cruz.
Aclaro que admiro al Papa Francisco precisamente por sus gestos de humildad y prescindencia del boato excesivo que rodeaba, y rodea, al sucesor de San Pedro en el Vaticano. Son un hálito de aire fresco en esa atmósfera cargada de incienso y lujo ceremoniales, que poco tenían que ver con aquel Nazareno que con amor miró al joven rico y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y me sigues”.
Sin embargo, fue desacertado poner en un mismo plano el insulto a la madre y truncar la vida de doce seres humanos por una caricatura satírica. Uno, porque ella quizá ni se enteraría del comentario injurioso; otro, porque pudiera ser o no ser afirmación veraz, porque como dijera Jesús, “nadie es bueno, solo uno, Dios”.
Presumo que el Santo Padre no se refería a su mamá, sino a la Santa Madre Iglesia, objeto de las preces católicas en cada misa. Y vaya que deben ser muchas entre los más de mil millones de fieles de la Iglesia que los británicos llaman ‘romana’, quizá para ocultar que teniendo casi los mismos ritos, dogmas, fervores y horrores, se escindió por un capricho real de divorciarse sin cortar la cabeza a su consorte, cosa que hizo después. Otros seguidores de Cristo rayan desde polígamos mormones y ortodoxos de hermosos rituales, hasta cristianos coptos y enfervorizados manejadores de serpientes.
Picoteando los últimos siglos, hubo católicos acosando hugonotes en Francia y quemando herejes en España. Estadounidenses sureños leían pasajes bíblicos para racionalizar su crueldad marcando a latigazos la espalda del hombre negro esclavizado. Sórdidos guardias nazis sordos a los gritos de mujeres y niños cuando en vez de agua salía gas mortal de las duchas. Balcánicos ortodoxos que mataban a mazazos a balcánicos islámicos.
Hoy en día, muchos cristianos llegan al martirio al ser asesinados, desprotegidos, marginados, acosados o prohibidos, especialmente en países donde extremistas de la religión mahometana han resucitado el fanatismo que odia: la Yihad o Guerra Santa que promete paraísos de ninfas a los inmolados.
No todo el Islam es así, como no todos los católicos vivan a los conquistadores matando incas, o a los inquisidores quemando apóstatas. Pero están tan divididos como los cristianos, y los enconos son profundos. Son también millardos que profesan una religión de paz, musulmanes que ponen su alfombrita orientada a La Meca y rezan hermosos suras del Corán, tal como cristianos luteranos leen pasajes del Nuevo Testamento o judíos ortodoxos se inclinan una y otra vez musitando versículos del Viejo Testamento en el Muro de los Lamentos.
Todos ellos oran a un solo Dios. Pero en mi criterio, sobre las creencias monoteístas se generaron las estructuras de poder religioso creadas por el hombre. Y sobrevinieron las guerras en nombre de Dios. Hay tantas en la historia humana. Al final, todo parece ser cuestión de poder.
La última de las guerras religiosas la libran los yihadistas que llevan su bárbaro fanatismo allende sus tierras torturadas. Algunos eruditos culpan a abusos geopolíticos: a través de la Liga de las Naciones, ¿británicos y franceses no se repartieron partes del Medio Oriente árabe en 1921? De no ser el petróleo, Irak pudiera estar cerca de ser un ‘estado fallido’ con su territorio retaceado de árabes sunitas y chiíes, kurdos sunitas y minorías cristianas. ¿Fue mesianismo geopolítico lo que llevó a EE.UU a reemplazar a la Unión Soviética en ese caldo de fanatismos religiosos que es Afganistán? Detrás de Al Qaeda y otros grupos extremistas, ¿no están los petrodólares de regímenes fundamentalistas? ¿Quién vende armas y plásticos explosivos a los terroristas?
Hoy la grandiosidad de Dios expresada por uno de sus profetas mata cristianos en Siria, secuestra niñas en Nigeria y quema iglesias en Níger. Hace tiempo estrelló aviones en Nueva York, explotó bombas en Madrid. Hace poco asesinó a inocentes en París, muchos de los cuales ni sabían de Mahoma, y menos le habían satirizado. Tal vez, como dice Arturo Pérez Reverte, “es la Guerra Santa, ¡idiotas!”
En mi desazón desesperanzada ante tanto desatino, solo queda refugiarme en mi escasa erudición. En mi formación judeo-cristiana, el libre albedrío se confunde en decidir sobre si debo optar por el ‘ojo por ojo, diente por diente’ del Viejo Libro, o el ‘poner la otra mejilla’ al sopapo artero, del Nuevo Testamento. Y en el fondo de un amasijo sangriento de guerras en nombre de Dios, brilla la gema del ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ de Jesús. Me dice que no es ‘normal’ el asesinato, por el motivo que fuera, lo diga quien lo diga.
El mismo Corán lo ratifica, con el sura que afirma que Dios abraza con misericordia a todos los seres, sin distinción alguna. Y el extremismo islámico, como todos los radicalismos asesinos, debe tratarse como un tumor canceroso: hay que extirparlo completamente, antes que haga metástasis y su contención sea muy cara (si es que todavía no se extendió).