Domingo, 9 de febrero de 2014
 
Son sal y luz

Son sal y luz

Jesús Pérez Rodríguez, OFM..- El domingo pasado, celebramos la fiesta de la presentación del Señor, llamada fiesta de la Candelaria, y por caer en domingo, siendo antes fiesta del Señor que de la Virgen, hemos vivido al Señor Jesús como luz del mundo. Es Cristo quien se dio este nombre cuando afirma: “Yo soy la luz del mundo”.
Nuestras celebraciones litúrgicas nos muestran las luces y cirios encendidos en el mismo altar o alrededor de él; también la noche de Pascua o “noche de la luz” se enciende el cirio, y de ese cirio se toma la luz que se entrega a los que se bautizan. Nuestra vida cristiana está acompañada del uso simbólico de la luz.
En este domingo, volvemos, ayudados por la luz de la Palabra, a este simbolismo que se aplica a la vida del creyente. Somos los bautizados, llamados en los primeros siglos del cristianismo, los convocados a ser luz para todos, como lo expresa el profeta Isaías 58,7-10 y Jesús en el evangelio de Mateo 5,13-16; este pasaje es parte del mensaje programático de Cristo para todo el que quiera ser discípulo de él.
“Ustedes son sal de la tierra”, dice categóricamente Jesús. Así es, cada cristiano debe ser sal de los otros; podríamos decir, debe dar el testimonio que ver a Jesús es algo bien sabroso, y siguiendo las bienaventuranzas, las cuales preceden a estas dos comparaciones o prescripciones de Jesús, pues las bienaventuranzas, como estas dos exigencias, no se pueden tomar con una actitud pasiva o indiferencia, si queremos seguir llamándonos cristianos o discípulos de él.
Todos conocemos el valor de la sal hasta el punto que una comida sin sal no satisface. Alguien afirmó que la comida sin sal es como un día sin sol. Los mayores en edad conocimos cómo se conservaba la carne a través del uso de la sal; hoy se introducen en nuestros frigoríficos los alimentos para hacer lo mismo que con la sal.
Jesús nos enseña en Marcos 9,50: “Tengan sal entre ustedes y tengan paz unos con otros”, y el apóstol Pablo, en su carta a los Colosenses 4,6, nos pide “que la conversación de ustedes sea sabiendo responder a cada cual como conviene”. De ahí la importancia que se dio al uso de la sal en el sacramento del bautismo, poniendo un poquito en la boca; este simbolismo o gesto, suprimido por la reforma conciliar, aún es valorado por aquellas culturas que lo crean conveniente. En nuestras culturas quechua, aymara, sería bien volver a usar la sal.
El cristiano en todo lugar está llamado por el mismo Cristo a ser “sal de la tierra”. Esta sal la manifiesta el discípulo de Jesús en la alegría, en talante alegre, en el humor, la amabilidad y la valoración del regalo de la vida que Dios nos ha proporcionado. En la vida social se aprecian mucho los chistes, dejando de lado los chascarrillos de mal gusto; unos buenos y sanos chistes dan entusiasmo a las relaciones humanas.
“Ustedes son la luz del mundo”, nos dice Jesús en el evangelio de este domingo. ¡Cuidado! No se trata de encender una vela ante una imagen, como gusta a muchos como ofrenda al Señor, la Virgen o los santos. Se trata de que “brille así la luz a los hombres para que vean las buenas obras y den gloria al Padre de ustedes”.
El salmo después de la primera lectura es también Palabra de Dios –es una pena que el salmo no sea proclamado o cantado–, está en la misma perspectiva: “El justo brilla en las tinieblas como una luz”. Son nuestras obras de amor las que mejor manifiestan que somos luz de los demás. Alguno puede haber esperado que Jesús nos dijera sean “sabios”, o que la luz nos hiciera manifestar nuestro culto debido a Dios. Pero no, Isaías dice: “No oprimir a nadie, no hablar mal de nadie, hospedar a los sin techo, no aceptar un gesto amenazador…”.
Cuando el Papa Francisco habla y enseña con la luz del Espíritu Santo, se toman frases a medias, porque no interesa dejarse iluminar en la vida. El Papa nos habla de ser cristianos valientes, con coraje, comprometiéndose en la vida cotidiana. Las palabras del Pastor Supremo de la Iglesia no se quedan en palabras con sabiduría humana más o menos “bonitas”, nos habla de las exigencias de Cristo, del Señor, para ser la luz del mundo.
La Eucaristía dominical, llegando a tiempo –esto exige estar en el templo antes que el sacerdote esté en el altar–, es el Centro de la vida del cristiano y es la mejor fuente de luz para después irradiar en el quehacer diario la luz recibida de la sabiduría divina.