OJO DE VIDRIO
En memoria de Pérez Alcalá
Ramón Rocha Monroy.- Pocos pintores tuvimos tan universales como Ricardo Pérez Alcalá, pero en el fondo no había olvidado su niñez en una finca de Tumusla, donde aprendió a dibujar con su uñita en la espalda de la empleada. El batán de la casa era tan vasto que aquí se molía vainas de ají, allá se molía maíz, allá choclo fresco, en tazón una llajua exquisita, “y todavía había campo para hacer mis tareas”, decía Ricardo con esos ojillos de niño provinciano en los cuales jamás dejó de fulgurar una luz de picardía campestre. Sus primeras letras las hizo en la escuela del pueblito, en la cual los niños campesinos eran más aventajados, según su testimonio, y había que vengarse de ellos en las clases de Castellano, porque eran quichuistas cerrados. Nadie le ganaba en hacer carátulas de sus cuadernos, porque aplastaba moscas entre dos hojas y sus entrañas tornasolaban la hoja blanca y sobre esas manchas era fácil dibujar rostros y figuras imposibles...